Publicado en el diario ABC el 14 de julio de 2013
Lo primero de cualquier cosa que nos pasa en la vida nunca se nos borra de la mente. El primer chichón, el primer suspenso, el primer novio, el primer beso, el primer trabajo …. el primer director. Alejandro Fernández Pombo ha sido muchas cosas, todas buenas. Pero disculpen que les diga, orgullosa, que también fue mi primer director. En el YA de sus mejores tiempos. En el «diario más vendido de Madrid» de finales de los años 70 y principios de los 80 (sí, del siglo pasado). En aquella escuela: de periodistas dirigida por este manchego sabio, sagaz, dulce, tranquilo, socarrón y, mire usted por’ dónde, que escribía como los ángeles.
A su despacho de la calle Mateo Inurria, número 15 llegué una tarde de invierno. Era una estudiante de cuarto de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información con ganas de comerme el mundo. Eso sí, de la primera promoción. En aquella época no se nos llamaba becarios. En las redacciones éramos los/as «pelagras». Lo recuerdo con cariño: «Señorita, le va a recibir el director», me dijo su secretario, un tal Jerez, un señor muy circunspecto. Al abrirse la puerta, todo cambió. Ante mí-apareció un sonrisa enorme, debajo de un bigote más enorme aún. Era el director del YA. Tuve un buen pálpito.
Como yo llevaba aprendido que Alejandro había nacido en Mora de Toledo, le dije: «Yo también tengo sangre manchega y toledana». «¿Ah, sí; de dónde?», me preguntó. «De Madridejos. De all viene mi familia por parte de padre», respondí más chula que un ocho. Me miró, volvió a sonreír, agarró el teléfono y le escuché decir: «Manolo ahora te mando a una nueva colaboradora». Manolo no era otro que el entrañable Manuel Calvo Hernando, subdirector del YA. Otro fuera de serie del Periodismo. Al día siguiente yo ya estaba haciendo un reportaje sobre las xerorradiografías, un novísimo sistema para diagnosticar el cáncer de mama. Había logrado entrar en el YA .. en el buque insignia de la ·Editorial Católica. Uno de los periódicos, junto al ABC, con el mayor número de buenos periodistas por metro cuadrado. .
Mi primer director era un verdadero maestro de lidia. Sabiendo dónde pisaba. En el momento más tenso, con la hora de cierre de edición pisando los talones, él sabía templar. Era de esos directores que esperaba a su redactor y a su fotógrafo que habían salido a cubrir un suceso de última hora. O una junta de accionistas. O el partido de fútbol un mitin medio clandestino. Y qué gusto daba verle allí al llegar, en la Redacción, con la corbata aflojada y la mirada cargada de la misma ilusión que sus periodistas.
Alejandro Fernández Pombo dirigió el YA, el periódico de los obispos entre 1974 y 1980. Ya saben, últimos dos años de Franco, la Transición, del grupo Tácito, de Adolfo Suárez, del primer Gobierno democrático. Momentos inolvidables de la historia de España. Y Alejandro, como nadie, nos enseñaba a escribir entre líneas, diciendo sin decir, pero muy clarito para el que quisiera entenderlo. Fue, además, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y de la Federación de la Prensa de España (FAPE). Escritor, profesor y académico. Él se inventó el Premio Larra para jóvenes periodistas. Amante de la filatelia y de su Mora natal: Siempre ejercía de «bolo». Una vez me dijo: «Tú te licenciaste en el YA y te has doctorado en el ABC. Eso me gusta». Así-era Alejandro. Un ser adorable. Un maestro. Buena gente. Al que se imita en lo profesional y se quiere en lo· personal. Por eso fue testigo de mi boda.
Hasta siempre, director.