Actualidad, Opinión — 27 de junio de 2016

Cómo fue, cómo es y cómo nos gustaría que fuese el comerciante de filatelia en España

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Conferencia pronunciada en la Fundación Albertino de Figueiredo para la Filatelia (noviembre 2001)

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Ante todo deseo y debo matizar tres aspectos sobre lo que les voy a exponer.

1º. Hablar en singular de cómo fue o cómo es el comerciante español de filatelia es, como veremos en el desarrollo de esta charla, una simplificación que se aparta de la realidad concreta aunque nos sirva para fines especulativos y didácticos.

Hay una gran pluralidad de tipos diferentes de profesionales en la Filatelia Española; de hecho, tantos como individuos dedicados a ella. Por esa razón estamos obligados a efectuar generalizaciones basándonos en los aspectos que son comunes a un mayor número de ellos. Cuando se llevan a cabo este tipo de extrapolaciones, las conclusiones alcanzadas pueden ser válidas, en términos especulativos, de comprensión y de estudio del colectivo global; pero no se pueden aplicar al pie de la letra a individuos concretos.

2º.- La segunda parte de mi intervención está dedicada a cómo nos gustaría que fuera el comerciante y eso es algo que puede tener una alta carga subjetiva. Daré una visión que personalmente extraigo de mi convivencia con los coleccionistas al tiempo que es fruto de mi experiencia profesional. Es decir, lo que a mí me parece que de forma mayoritaria, los coleccionistas esperan encontrar en el profesional de filatelia cuando acuden a su establecimiento demandando sus servicios.

Un somero repaso a los orígenes del comercio filatélico y su evolución a través de los tiempos nos ayudarán a comprender la realidad actual. El análisis crítico del presente, por su parte, nos servirá para extraer aquellas características que nos gustaría fueran las que definieran, en un futuro, al comerciante filatélico si es que todavía no lo hemos hallado.

Y una 3ª observación a tener en cuenta: como veremos, en buena parte se puede hacer un paralelismo entre aquel principio bíblico según el cual «Dios da a los pueblos los gobernantes que se merecen», para afirmar que “el comerciante que tenemos es el que el coleccionista se merece”.

De alguna manera, el coleccionista hace al comerciante así como el comerciante contribuye a dar forma al coleccionista. Y eso es así por más que algunos pretendan presentarnos el mundo del coleccionista como independiente, y a veces contrapuesto, al del comerciante. La historia nos enseña que siempre hubo una correspondencia mutua entre ambos que ha determinado los criterios de comportamiento de uno y de otro. No podremos alcanzar a comprender plenamente al comerciante sin conocer al coleccionista, ni viceversa.

Vds. podrán preguntarse o preguntarme, con razón, quién soy yo para atreverme a ahondar en estos vericuetos. Algunos pensarán que mi condición de comerciante traiciona mi objetividad, y al mismo tiempo más de un colega me censura que estoy más próximo al coleccionista que al profesional.

Esa hipersensibilidad sobre los derechos y deberes de los coleccionistas y de los comerciantes que hoy en día se constata con frecuencia en nuestro mundillo, es el fruto de la política de quienes, en defensa de erróneos y, con frecuencia, egoístas intereses de las asociaciones que dirigen. Han preferido el camino de la confrontación, ocasionalmente más fácil, en lugar de elegir el de la colaboración. Este último puede resultar más arduo y dificultoso pero también más fructífero.

Lo veremos meridianamente claro con un ejemplo: las encontradas relaciones FESOFI – APF – ANFIL. No valoremos el hecho. Ahora no importa quién pueda tener razón y quién esté equivocado. Nos basta constatar algo objetivo, real: el enfrentamiento por afán de alcanzar unos privilegios económicos y de poder para un colectivo en detrimento del otro.

Otro ejemplo puede ser el de los “servicios de abono de novedades“ llevado a término por las sociedades que en la mayoría de las ocasiones suponen la invasión del ámbito de actuación del comerciante en el que se llevan a cabo toda clase de actividades mercantiles filatélicas en competencia desleal, ya que las sociedades no pagan ninguno de los impuestos que gravan el quehacer del profesional por la práctica dicha actividad.

1.- Los primeros comerciantes. Origen y evolución de la profesión en el siglo XIX.

A lo largo de esta charla nos referiremos, en general, al comerciante español, aunque también citemos casos y cosas de otros países. Las diferencias entre el comercio filatélico español y el de otros lugares no es sustancialmente importante a los efectos del tema que tratamos. Lo que se producen, sobre todo, son diferencias de grado y temporales. La evolución se produce en unos países antes que en otros y con unas intensidades en los procesos diferentes, pero el proceso en sí es el mismo.

La lógica de la sociedad mercantil hizo que el comerciante de filatelia surgiera tan pronto se inició el coleccionismo de sellos: Habiendo interés por adquirir un sello nace la disposición del interesado por pagar un determinado precio y ante ello aparece el comerciante, que no es otro que el personaje dispuesto a cerrar el círculo vendiendo el producto.

Siendo así que la aparición del comerciante, en un principio, de forma espontánea y complementaria a otras actuvividades. Posteriormente, al no existir centros de formación especializada, el caldo de cultivo del profesional de filatelia ha sido la tradición familiar, trabajar como dependiente de otro filatélico o la autoformación normalmente a partir de la condición de coleccionista.

Este último camino o evolución del coleccionismo hacia la profesión de comerciante, no es algo inusual. Muchos comerciantes actuales hemos accedido de forma similar a esta profesión.

Ahora comienzan a hacerse los primeros ensayos de centros de formación a través de: Cátedras de filatelia e Historia Postal, Cursillos, ciclos de conferencias, Centros de estudio, etc.

Los primeros coleccionistas eran meros «acaparadores» o “acumuladores” fruto de esa tendencia del hombre por poseer. Para ellos lo importante era «tener».

A medida que fue creciendo el número de países que emitían sellos el «poseer» vino a poner el acento en la variedad. No se trataba ya de tener el mayor número posible de ejemplares que nos permitieran, a lo mejor, decorar una pared; se trataba de tener el mayor número de sellos diferentes. Esta será una forma de evaluar las colecciones que  fue habitual hasta finales de siglo. Así las vemos calificadas hasta en las propias ofertas y anuncios de los comerciantes. En estos dos primeros estadios del coleccionismo, el primero que sólo valora el número y el segundo que lo que busca es el número pero de ejemplares diferentes, el criterio de calidad era habitualmente ignorado.

Veamos cómo se espabilaron los primeros comerciantes de diferentes procedencias por medio de distintos instrumentos y caminos para dar origen a esta profesión:

José María Vergés de Cardona 1864 (primer catálogo de sellos español). Como en 1861 Potiquet en París y Moens en Bruselas. Sólo tres años después de que apareciera el primer catálogo de sellos del mundo, en Barcelona Vergés, que traficaba con sellos en la trastienda de su establecimiento, publicando el primero de nuestro país.

Una clara visión comercial. Si el coleccionista conoce los ejemplares que le faltan para completar la colección aumentará en él el deseo de adquirirlos. Ofrezcamos lo que le falta si quiere que su colección sea completa. La oferta genera demanda.

Lallier en 1863 publica la tercera edición de su álbum de sellos y la traduce al español. Fue el primer álbum de sellos en castellano, si bien editado en Francia. Plácido Ramón de Torres haría lo propio en Barcelona, en 1879, al imprimir el primer álbum de sellos español. Si el aficionado colecciona sus sellos colocándolos en álbumes, las casillas vacías resaltarán las piezas que le faltan, y multiplicarán su deseo de compra.

Manuel Baixeras en Barcelona adquiere 10 carretadas de resguardos de certificados al procederse a trasladar, en 1877,  la Administración Principal de Correos de la calle Palau a la casa Gibert en la Plaza de Cataluña.

Debido a esa compra de papel viejo empezaría a comercializar los sellos, desarrollando una nueva actividad seguida por dos generaciones.

Francisco Julinés (1876-1888). Si Baixeras se dedicaba a comprar papel viejo para su venta a los molinos fabricantes de papel y ello le condujo a convertirse en comerciante de sellos de correos, Julinés accedió a la profesión a partir de su quiosco de venta de entradas para el Liceo y los teatros de Barcelona.

Comenzó exponiendo en su quiosco sellos a la venta que le dejaban en comisión. Debido a su ubicación en las Ramblas de Barcelona era muy visitado por marineros de diversos países del mundo procedentes de los barcos que, a pocos metros de allí, atracaban en el puerto de la ciudad Condal.

Al ver que tenía a la venta sellos, los marineros le ofrecían ejemplares de sus países de origen. Julinés les pidió que le trajeran las últimas emisiones aparecidas en sus lugares de procedencia y también de los países que pudieran visitar, cuanto más lejanos y recónditos, mejor.

Es de esa forma como Julinés se convertiría en un primer antecedente de importador de novedades de sellos en España.

Josefa Martí. Ser huérfana de una portera le permitió llegar a comerciante. Tanto su padre como su madre murieron siendo ella muy joven. Vivía en la portería que atendía su madre y un vecino, viéndola tan desamparada la quiso ayudarla dándole sellos montados en unas hojas que ella colgaba en los cristales de la portería para ofrecerlos en venta. Sería conocida con el mote cariñoso de «Pepeta Sellaire».

Ramón Sendra, fue el primer comerciante de «sellos raros». Dedicado al mercado bursátil se movía entre las clases pudientes de la Ciudad Condal, lo que le permitió localizar y adquirir importantes archivos de correspondencia; de ellos extraía lo que le interesaba para engrosar su colección y lo demás lo vendía. A tal fin se estableció primero en un despacho y en 1894 en una tienda en la Plaza del Teatro, centrando su atención en la comercialización de piezas raras. En la época causó sorpresa que en el lo más céntrico de Barcelona fuera capaz de instalar una tienda de filatelia y lograr que fuera rentable.

José Monge y Fuentefría, el primer comerciante «oficial». Este malagueño afincado desde joven en Barcelona, comenzó recogiendo los sellos de la correspondencia recibida en sus primeros lugares de trabajo, el último, antes de dedicarse en exclusiva a la filatelia, fue el Ayuntamiento de Barcelona. Su primer establecimiento fue un quiosco en la Plaza Real que obtuvo en arrendamiento del Ayuntamiento. Partiendo, por así decirlo, de la nada, logró ser el primer profesional de filatelia que tributó por ese concepto en España. Al no existir epígrafe alguno destinado a la compra-venta de sellos para colecciones, se recurrió a incorporar ese trabajo al epígrafe de libros de segunda mano, añadiendo la coletilla «y otros efectos usados».

Miguel Gálvez. Como José Monge de origen muy modesto. La fusión de la Fábrica Nacional del Sello y la Casa de la Moneda en 1893 coincidió con el traslado de ambas instituciones y el abandono del edificio que compartían en la Plaza de Colón desde 1861. Parece que la adquisición de material del que se «desentendieron» en dicha mudanza está el origen del fabuloso patrimonio que llegaría a acumular este trabajador de la escala más baja del Ministerio de Hacienda.

2.- El comercio en el siglo XX.

Manuel Gálvez. El hijo que superó al padre y el comerciante más importante de la Filatelia española, hasta el extremo de que ésta no se puede entender sin él.

Pedro Monge Pineda: ”el maestro”. Antes sabio que comerciante. Primer gran estudioso de nuestra historia postal y de la prefilatelia, de las que puede considerarse el padre en España.

Antonio Roig: El primer gran experto.Doctor en medicina. Comerciante y organizador de subastas públicas en un principio, para acabar siendo perito de sellos y cartas de todo el mundo.

Francisco del Tarré: Un comerciante de elite. Su boda le permitió introducirse en las altas esferas de la sociedad catalana y siempre supo tener entre sus clientes a los coleccionistas más pudientes.

Haciendo un esfuerzo de síntesis, a lo que nos obliga el ceñirnos a lo esencial a fin de no alargarnos, diremos que sobre esta media docena de personajes encuentra sus fundamentos la actividad comercial de la filatelia española del siglo XX y su extraordinario desarrollo a partir de los años 50 en los que florecen nombres ilustres como Lence, Renato Critikian, Ricardo de Lama, Aureliano Monge, Pedro Monge Salazar, Lorenzo Monge, y más tarde Carlos Enseñat, Ángel Laiz y un larguísimo etc.

3.- EL COMERCIO FILATÉLICO ESPAÑOL AL EMPEZAR EL SIGLO XXI

A diferencia de lo que ocurriera durante las tres primeras cuartas partes del siglo XX, el final de la centuria se caracteriza por la desaparición de los grandes comerciantes cuya personalidad imprimía un carácter propio al quehacer mercantil.

El comercio se diluye en un número muy superior de empresarios, aunque, en su mayor parte, escasamente integrados en el conocimiento del sello y con reducidos stocks.

Aparecen, a partir de los años 70, empresas dedicadas a la inversión filatélica que destacan en el sello el valor económico que contemplan como bien de inversión por encima de sus características como objeto de colección.

En la actualidad de las dos empresas de inversión filatélica que destacan en España, cualquiera de ellas, por sí sola, factura anualmente más que el resto del comercio filatélico español junto. Ese único y elocuente dato refleja su gran poder, al tiempo que explica el recelo que despierta en más de uno.

Sea por una u otra razón se revela en ésta última décadas el predominio de una actividad mercantil que prioriza en tal grado el valor económico del sello que margina otro valores del coleccionismo. Pero no es ahora el momento de profundizar en esta cuestión.

4.- CÓMO NOS GUSTARÍA QUE FUERA EL COMERCIANTE DE FILATELIA

La respuesta es fácil: “De tal forma que ofrezca una respuesta eficaz y satisfactoria a nuestras necesidades como coleccionistas”.

La frasecita será más o menos correcta, pero desde luego resulta muy vaga.

Para determinar las características concretas habríamos de hacer un retrato robot del coleccionista español y configurar su escala de valores al respecto de la actividad que nos atañe. Pero en nuestro afán de síntesis vayamos a lo fundamental:

Cuando el coleccionista entra en una filatelia suele encontrar tras una mesa o detrás de un mostrador al comerciante que le invita a tomar asiento frente a él. Esa escena debe interpretarse como el establecimiento de una tarea en la que ambos buscan un objetivo que reportará beneficios a las dos partes. Pero, por desgracia, todos conocemos experiencias en las que el mostrador es el escenario en el que el coleccionista será la víctima de la avaricia del comerciante o se ha convertido en el campo de batalla a cuyos lados se han atrincherado el profesional y el aficionado en defensa de sus propios intereses.

Evidentemente la relación que mantengan no es responsabilidad, ni depende sólo de una de las partes; pero hoy, aquí, analizamos preferentemente los aspectos de los que es responsable el comerciante.

Las características fundamentales de esta relación deben ser consecuencia de dos presupuestos básicos:

a.- Los dos son filatelistas.

b.- Uno es profesional y el otro coleccionista aficionado.

De esos dos principios deriva lo que el coleccionista espera del comerciante:

1.- Que ame y conozca la filatelia.

2.- Profesionalidad.

Conocimiento y amor a la filatelia

Por encima de todo, el coleccionista le pide al comerciante que sea un buen filatelista, esto es que ame los sellos y toda actividad que con ella se relacione. Esta es una premisa fundamental para entender al coleccionista, para saber interpretar su sicología, su comportamiento. En ocasiones una de las primeras y grandes barreras del coleccionista para entrar en una filatelia es tener que dialogar con una persona que no le comprende: para que dos se entiendan deben hablar el mismo idioma.

La filatelia es coleccionismo y por ello tiene un elevado contenido pasional. La sicología del filatelista es difícil de asimilar por aquel que no lo sea. Por ello resulta tan difícil formar personal especializado en una tienda de filatelia.

Aquí hallamos una explicación al divorcio que existe entre el coleccionista y algunos comerciantes a los que el aficionado acude casi contra su voluntad, porque “no le queda más remedio”, es decir, porque tienen la pieza que no han podido encontrar en otro lugar.

A veces se han criticado con severidad las formas del comercio filatélico: la deficiente decoración, el desorden, etc. No debemos restar su importancia a estos aspectos, pero no es eso lo trascendental. El coleccionista puede gozar hurgando en un desordenado stock para buscar lo que le falta, puede perdonar que el establecimiento carezca de una decoración más o menos cuidada, hasta que la mala iluminación le dificulte la clara visión del material filatélico; pero si algo le puede suponer una barrera insalvable es que le atienda una persona sin sensibilidad filatélica.

Profesionalidad

Pero lo fundamental, lo más importante que se le pide a un profesional es  profesionalidad.

“Lo que nos falta es profesionalidad” decía un colega cuando el origen de su importante patrimonio lo obtuvo estafando a la gente con la venta de sellos falsos.

Sintetizando, los elementos principios fundamentales en los que se basa la profesionalidad:

  • ÉTICA: lo que de forma natural puede calificarse de bueno en el comportamiento del hombre, en este caso, del comerciante de sellos.

La podríamos definir como aquello que universalmente se acepta como exigible a todo el que practique esta profesión, derivado de la ley natural que explica el comportamiento social humano y las leyes que, acordes con aquella, lo regulan.

Aparte de otros, seguramente los aspectos más importantes que debemos resaltar son:

–  Ética en los conceptos. Debe ofrecer respuesta cierta a las cuestiones básicas que le plantee el coleccionista sobre el coleccionismo y la inversión sellos.
No puede engañar al coleccionista vendiéndole humo: sellos que no lo son.
Orientaciones falsas para de esta forma venderle lo que de otra forma no querría adquirir.

–  Ética en las autenticidades y en las calidades. No puede mentir ni inducir a engaño sobre las calidades de los sellos y el material filatélico que vende.
Si hay falsificadores es porque hay comerciantes que, de alguna forma, les dan cobijo o, al menos, no los combaten.En España el 90 ó 95 por ciento de las nuevas falsificaciones en España emanan de tres fuentes perfectamente identificadas.
El 80 ó 90 por ciento del material que se reengoma y se repara procede de dos manipuladores bien conocidos.

–  Ética en los precios: Existen aspectos objetivos (no falsear precios, adjudicaciones o realizaciones de una subasta pública) y subjetivos (cuál debe ser el margen de beneficio en la compra-venta de sellos)

Por supuesto existen otros aspectos de la ética comercial muy importantes, aunque no sean privativos del nuestro sector: evitar la competencia desleal,  no murmurar ni difamar a los otros profesionales, produce sonrojo tener que recordar estos temas.

  • RECURSOS TÉCNICOS. Conocimientos técnicos o, cuando menos, capacidad para orientar cómo los puede adquirirlos el coleccionista.
    No se puede ser un comerciante de sellos medianamente profesional sin unos conocimientos técnicos básicos.
    El conocimiento fundamental del comerciante que en ningún caso puede ignorar es saber a dónde hay que recurrir para resolver las lagunas técnicas que tenga.
  • APTITUD DE GESTIÓN. Facultad de conseguir el material y los servicios que demande el coleccionista.
    Ante la imposibilidad de disponer en stock de cualquier artículo que pueda solicitar, en un momento determinado un coleccionista,  lo fundamental en el buen profesional será la capacidad de gestión para cumplimentar un pedido con la mayor eficacia (adecuación y rapidez).
    Por otra parte el stock debe contar con unas existencias mínimas razonables en función del mercado. Por otro lado, no puede caer en el ridículo; recuerdo que un “comerciante” se anunciaba en 1979 como especialista en sellos de Juan Carlos I, es decir en las novedades de España de los tres años y medio anteriores.

5.- Lo que no le podemos reclamar a un comerciante.

Hay dos rangos de características no exigibles a un comerciante:

  • En primer lugar, que sea un experto perfecto y capacitado para responder a cualquier cuestión sobre el sello.
    Cada día se acentúa la tendencia a que el experto en cada materia concreta sea el coleccionista o coleccionistas que se han especializado en esa área concreta. Así, por ejemplo,

    • no se debe reclamar a una subasta o una oferta sin errores, pero sí el subsanarlos sin causar perjuicios al comprador o produciendo las menores molestias.
    • Que nos ofrezca respuesta cierta a cualquier aspecto técnico o histórico de la temática que coleccionemos.
      Es evidente que el comerciante está obligado a ser una enciclopedia viviente; pero tampoco puede ser un ignorante que únicamente conoce las bases más rudimentarias de su actividad.
    • Que nos garantice una rentabilidad especulativa en el material filatélico que compramos. ¿Qué sellos me recomienda que compre porque van a subir durante los próximos meses?
  • En segundo lugar las que se oponen a la rentabilidad de su actividad mercantil. Así:
    • Que tenga a nuestra disposición un stock que por sus dimensiones nunca sería rentable. Ni siquiera que haga stock de especialidades muy determinadas que solo le van a pedir de uvas a peras.
      Si bien es lógico que no tenga material filatélico de todos los productos y de todas las marcas, carece de sentido que no disponga para su venta de los artículos de más generalizada venta.
    • Que emplee sistemáticamente una hora para simplemente hacer la charladita, consultar precios etc. y no comprar nada.
    • Exigirle que reduzca su margen de beneficio por debajo de lo normal.
      Hay coleccionistas que le gusta oír decir: “no puedo dárselo más barato, porque yo ya pagué más”. Esto equivale a pedir ser engañado.
    • No afrontar los gastos correspondientes a otras actividades al margen de la venta de artículos filatélicos y exigirle trabajar sin gratificación por efectuar valoraciones, tasaciones, peritajes, asesorías, etc.

Acabaré como he acabado otras conferencias o charlas relativas a estos u otros temas similares, pues el ideal a seguir en muchos aspectos de la vida humana pueden resumirse en lo mismo: la normalidad.

No se trata de buscarle al gato ni más ni menos pies de los que tiene: el gato tiene cuatro y eso, por ser lo normal es lo ideal, lo que debe ser.

El comerciante vive de comprar y vender sellos y lo normal es que lo haga de la forma que mejor servicio preste al coleccionista, ganándose un margen de beneficio normal que procurará sea lo mayor posible sin derivar en exageraciones.

El comerciante debe procurar que todo sea normal, que su quehacer discurra con normalidad, que la actividad del coleccionista no se vea agitada por sobresaltos para que el relax culto que debe ser nuestra afición, sino que sirva para el sosiego del espíritu y un auténtico entretenimiento, generando diversión, expandiendo la cultura y promoviendo la convivencia social.