De la historia y la leyenda (III)
Publicado en el nº 9274 de Las Noticias, Barcelona, miércoles 18 de enero de 1922.
El siglo XVI, siglo de aventureros en España, según múltiples ejemplos que la historia presenta en América, en Flandes y en Italia, aquí corroborado por nuestro bandolerismo, infiltró un sentimiento de osadía sin límites en la sociedad hispana, que se estereotipia en el viejo teatro castellano y aún en nuestros días con el popular “Don Juan Tenorio” de Zorrilla. De la corte real al último villorrio, era, el ambiente social, un tornasolado de virtud y vicio, cuyo matiz de indecisión fue sobrado característico.
Preséntase, prototipo de la época, don Juan de Tarxis y Peralta,[1] nacido accidentalmente en Lisboa (1581). Criado en la corte, captose la estimación del Monarca y del príncipe don Felipe, por su gallardía, precocidad e ingenio. Casó en 1601 con Ana de Mendoza y de la Cerda, de alta alcurnia, quien había muerto en 1619 sin dejar sucesión.
Aunque su padre, al fallecer en 1607, le legó una herencia malparada, rehízose con el cargo de Correo Mayor de España y Nápoles, conceptuado tan lucrativo, qque un autor coetáneo, don Gonzalo Fernández de Oviedo, decía: “yo o he visto hombre pobre Correo Mayor, sino rico, sin correr las postas, a donde otros se rompen el cuello y él se lleva la ganancia sin caer del caballo”. Con la liberalidad, esplendidez y renombre heredados de su progenitor, con la buena sombra y mordacidad de sus composiciones literarias, profusamente circuladas y con la impetuosidad y arrojo, siempre en él proverbiales, distinguiose Villamediana entre los caballeros jóvenes de la corte, aumentando su popularidad algunas travesuras más o menos graves.
Fue este +, a grandes rasgos, el hombre que vino a moverse en una corte disipada y santurrona obcecada por la pasión del juego y donde la venta de favores y prebendas por los altos dignatarios llegara a lo inconcebible. El Monarca, jugando a los naipes, solía perder veinte y treinta mil ducados, llegando a ciento y tantos de miles los que ganó el conde de Gelves, sobrino del primer ministro y favorito del duque de Lerma. Reputóse consumado maestro en los naipes el conde de Villamediana, y por jugador afortunado salió expulsado de la corte. Aprovechó la oportunidad para ser virrey de Nápoles elconde de Lemos, mecenas de literatos y poetas y allí se fue don Juan de Tarxis y allí hubi de sobresalir su ingenio y magnificencia en fiestas y torneos. Quiso medir sus armas en la campaña contra Carlos Manuel de Saboya (1613 a 1615) y la siguió toda hasta la paz de Asti, en calidad de maestro de campo, obteniendo renombre por su osadía y magnanimidad.
Regresó a Madrid a fines de 1617. La corte ardía en intrigas contra el favorito duque de Lerma, cuya venalidad rayaba en lo increíble, otorgando los destinos al mejor postor; recibiendo de Madrid las casas del marqué de Poza, valuadas en cien mil ducados, al conseguir que la corte volviera a dicha villa; cobrando más de 250.000 ducados en la expulsión de los morisco y su hijo el duque de Uceda, cien mil; percibiendo primas escandalosas del oro de América, etc. Suponíase llegar su fortuna a cuarenta y cuatro millones de ducados. Hasta tal punto llegaban las intrigas cortesanas, que el duque de Uceda conspiraba contra su mismo padre el de Lerma, pretendiendo ocupar su lugar junto al Rey.
Villamediana, carácter independiente, hubio de echarles en cara, a unos y a otros, tantas villanías y corruptelas. El escozor que producían sus diatribas literarias dirigidas contra los primates de la corte y su popularidad inmensa, demostraban que ponía el dedo en la llaga. Sobre Villamediana hubo de caer inevitablemente la venganza de los ofendidos; y si el Rey apartó al fin de su lado el corrompido duque de Lerma retirándole a Valladolid (4 de Octubre de 1618), así mismo desterró a Villamediana en Noviembre de 1618. Fuera de Madrid, continuó sus diatribas contra los hombres de aquella situación, cuyas vicisitudes seguía con el mayor interés. La maledicencia le llegó as dominar hasta el extremo de ensañarse en sus composiciones con personas que no merecían tales ultrajes.
Falleció en 31 de Marzo de 1621 el rey don Felipe, III en Castilla y II en Aragón, gobernando a los diez y seis años el príncipe heredero con su célebre favorito don Gaspaz de Guzmán, conde de Olivares, quien durante veintidós años rigió España, absorbiendo la personalidad del Monarca. Un cambio radical hubo de operarse en la corte: los anteriormente perseguidos fueron rehabilitados y la gracia alcanzó a Villamediana, repuesto en su cargo de Correo Mayor y nombrado gentilhombre de la Reina. Era esta doña Isabel de Borbón, hija de Enrique IV de Francia y de su segunda esposa María de Médicis; hermosísima joven de diez y ocho años, alegre y expansiva, cuyo exquisito porte y elegancia revela claramente su magnífico retrato ecuestre, debido al inimitable pincel de Rubens.
Ligado de cerca de las personas reales, tuvo Villamediana influencia en esta temporada. El hombre continuó igual: sus sátiras se cebaron con los caídos, al parecer apoyándole Olivares y quizás el nuevo Rey.
Funestísimo fue para Villamediana aquel año y medio de su vida palatina. Al terminar el luto de la corte, se prepararon en Aranjuez espléndidas fiestas, en las que desempeñó gran papel nuestro Correo Mayor. Por encargo de la Reina, compuso una aparatosa comedia representada por las damas de palacio, dirigiendo las complicadas tramoyas que hubieron de arreglarse.
Villamediana ya andaba entonces locamente apasionado por la Reina. Refiérese que, en los principios de su amor, ésta le preguntó quién fuese la señora de su albedrío, ofreciendo el conde decírselo al día siguiente. Y llegado éste, enióle un espejo con una composición poética.
Una serie de versos intencionados, se suponen dirigidos a dicha Soberana, cuyo nombre ocultaban los títulos de “A Francelisa”, o sea a la “Francesa Elisa”, y también “A Belisa”, anagrama de Isabel.
Terminaba la mencionada función de Aranjuez, del 15 de Mayo de 1622, con “El Vellocino de oro” de Lope de Vega, representada por la propia Reina. Hallábase sentada en una nube y esta se incendió, y luego todo el teatro, por caerle encima una luz. Achacose el siniestro a Villamediana, a fin de que, con pretexto de salvar del fuego a la Soberana, tuviera la oportunidad de sacarla en sus brazos.
Hubo en Madrid, en aquel año de 1622, grandes y continuos festejos; celebrándose a mediados de Junio las canonizaciones de San Isidro, San Ignacio de Loyola, San Francisco Xavier, San Felipe Neri y Santa Teresa de Jesús; en Julio toros muy notable, etc. Villamediana aparecía en todas partes actuando en primera fila.
Tuvo el atrevimiento de presentarse, en cierta fiesta palatina, con un vestido bordado de monedas de plata llamadas reales, todas nuevas, adoptando la divisa “Son mis amores”, aludiendo así a la Reina.
Presentaban los Monarcas una corrida de toros, en la que Villamediana hizo grandes proezas, y dójole doña Isabel a su marido:
– ¡Que bien pica el conde!
– Pica bien… pero muy alto- le objetó don Felipe.
Referíase que en cierta ocasión la reina Isabel estaba asomada a uno de ,los balcones de palacio, cuaando su esposi llegose a ella, quietamente por detrás y puso las manos sobre sus ojos. A lo que ella objetó enojada: “Estaos quieto, conde”, creyendo que pudiera ser Villamediana.
Mal orientado anduvo éste, en creer que fuese posible traer desazonado a un Rey, por más que se tratara de un muchacho de diez y siete años. Ilusionado por las apariencias de benevolencia y de cariño que recibía de don Felipe y de Olivares, no hubo de apercibirse del grave mal que le amagaba y en nada alteró sus visitas al regio alcázar.
Salía de noche de palacio, cuando pasaba por la calle Mayor, junto a la de Boteros,[2] un hombre se subió al estribo y le asestó una tremenda cuchillada. Que, arrebatándole la manga y carne del brazo hasta los huesos, penetró en el pecho y corazón, y fue a salir a las espaldas, pudiendo caber un brazo por la herida (21 de Agosto de 1622).
Este fue el triste fin del Correo Mayor, segundo conde de Villamediana, sin que se hablara más del crimen. Emilio Cotarelo, en su estudio del personaje y de sus obras, opina que, ni es merecedor de un panegírico, ni tampoco merece las acerbas censuras de quienes dijeron de él que “a no ser por su desastroso fin, digno de lástima, odio solamente y repugnancia suscitara su vida”, La bondad de su corazón, su generosidad y afable trato fueron cualidades reconocidas de sus contemporáneos. Su orgullo, su carácter mordaz y su naturaleza apasionada, deslucieron aquellas prendas, sin oscurecerlas del todo.
Notas de la redacción:
[1] El lector interesado en la familia Tassis como Correos Mayores de España, no debe dejar de leer el extraordinario libro de Leoncio Mayo «¡Taxi, taxi…! (Historia de una familia)». Está editado en 2007 por la Real Academia Hispánica de Filatelia.
[2] No todos saben que la calle Boteros era la actual calle Felipe III, célebre en el mundo del coleccionismo por albergar varias tiendas de filatelia y tener también allí su sede la Federación Española de Sociedades Filatélicas .
El nombre tuvo su origen en que allí se estableció el gremio de los Boteros (quienes se dedicaban a confeccionar, reparar y vender botas o pellejos para contener vino, aceite, vinagre, etc.).
En 1847 pasó a llamarse calle Felipe III, cuando la escultura del rey que mandó construir la Plaza Mayor, Felipe III, se trasladó al centro de la Plaza Mayor.