Los grandes depredadores (II)
«Aprendemos de la experiencia que
los hombres nunca aprenden nada
de la experiencia».
George Bernard Shaw
A pesar de cuanto de cierto pueda tener la cita de Bernard Shaw, no debemos perder la esperanza de encontrar individuos lo suficientemente inteligentes como para saber escarmentar en cabeza ajena. Por esa razón describo en este segundo artículo algunos de los muchos casos vividos personalmente a lo largo de mi trayectoria profesional. (*)
Un pillo sin vergüenza ni piedad
Hará más de 30 años tuve la ocasión de vivir un caso pintoresco. Se trataba de un avispado joven, hijo de un comerciante de la Plaza Real de Barcelona, que vio la oportunidad de ganar dinero fácil. Abusando de la buena imagen de su padre, bien conocido por su seriedad comercial, realizaba diversas operaciones de compra y venta en las que se valía de toda clase de embrollos y trapichondas. Un hombre de negocios de Barcelona, muy conocido entre la alta burguesía catalana, creyó ver en él a un novel comerciante merecedor de su confianza.
El coleccionista alardeaba un día de tener un proveedor fantástico al que adquiría excelentes ejemplares a unos precios muy inferiores a los de sus amigos, los cuales, incrédulos, le pidieron que se los enseñara. Uno de ellos era un buen experto filatélico y le hizo ver que había sido víctima de una estafa, pues todos los ejemplares raros escondían defectos que los depreciaban. Indignado llamó al desaprensivo joven para anunciarle que le iba a denunciar por estafa si no le devolvía todo el dinero que le había pagado. No crean que el pájaro se inmutó. Impasible, explicó a su ingenua víctima que la versión del experto era interesada para beneficiar a otros comerciantes. Le hizo ver que los sellos no sólo valían lo pagado por ellos, sino que algunos habían aumentado su precio en el catálogo recientemente publicado aquel año. Como prueba ofreció comprarle unos determinados ejemplares a un importe superior a lo que habían costado y, en cuanto al resto, aseguró que recuperaría el importe íntegro; para ello sólo precisaba unos pocos días a fin de hacer las gestiones oportunas con otros clientes.
Nuestro coleccionista había sufrido tal decepción que ya había decidido dejar de coleccionar y aceptó la oferta cobrando lo acordado. El jovenzuelo tomó lo adquirido por un lado y por el resto firmó un papel a modo de justificante que no serviría de nada por la vaguedad y falta de concreción de su redactado. Con la colección completa bajo el brazo salió de la casa para nunca más dar señales de vida por aquellos lares.
El «experto»
Un caso singular ocurrido también hace varias décadas es el de un excelente filatelista barcelonés poseedor de una buena colección de sellos de España. El depredador era en esta ocasión un excelente especialista en una determinada rama de la filatelia, que poco a poco se fue ganando la confianza de la que iba a ser su víctima. Logró convencerlo para iniciarse en esa faceta del coleccionismo de sellos que él dominaba. Poco a poco le fue proporcionando ejemplares progresivamente más caros y vendiendo los sellos de lujo en nuevo. Nada que objetar hasta aquí, si no fuera porque los sellos nuevos cada vez costaba más que se los liquidara y, además, con fuertes pérdidas respecto a lo que le habían costado y los que él le facilitaba progresivamente eran más caros. Al final la deuda contraída era enorme y nunca sería saldada. El coleccionista dejó la filatelia plenamente decepcionado y sin capacidad de poder reclamar judicialmente nada, ya que, a pesar de ser abogado de profesión, no tuvo la prudencia de documentar debidamente sus operaciones con aquel desaprensivo «especialista».
Canibalismo
Conocemos ejemplos de canibalismo en la vida animal como es el caso de los leones machos mayores capaces de devorar a cachorros de su propia especie si los encuentran desprotegidos por estar ausente su progenitora. El ser humano,el más infame depredador porque es el único que mata por placer y no por necesidad, también practica el más puro canibalismo atacando incluso a miembros de su familia.
En cierta ocasión recibí la visita de un coleccionista que solicitaba información sobre unos sellos, su valor y la posibilidad de venderlos en subasta ya que los había adquirido a precios elevados, muy por encima de los que marcaban en el catálogo. Tras su examen no sabíamos cómo explicarle que eran unos ejemplares de segunda calidad, con defectos y que no sólo era imposible venderlos por encima de catálogo, sino que su valor real era muy bajo.
No le pilló la respuesta por sorpresa. Nos explicó que únicamente pretendía le confirmáramos lo que él se temía y que vendría con todo lo que tenía para venderlo en las sucesivas subastas. Su decepción era grande, porque todo lo había ido comprando un afamado comerciante de Barcelona familiar muy próximo, del que nunca hubiera podido imaginar semejante comportamiento.
Afirmó no tener ninguna prisa en la venta y preguntó qué era mejor vender primero. Le contestamos que se deshiciera primero de lo más malo y poco a poco de todo lo demás, terminando por las piezas de mayor calidad por ser las que siempre se cotizan mejor. Y de esta forma fue trayendo material del cual escogíamos lo defectuoso y él guardaba lo mejor. A su requerimiento, en cada subasta comentábamos por qué unos sellos se vendían mejor y otro en cambio no encontraban comprador, hasta que un día dijo que se lo había pensado mejor y quería continuar de nuevo la colección.
Pasaron unos cuantos años y nos pidió un día que le diéramos una valoración real de sus sellos porque deseaba invertir en un determinado negocio. Vino con ellos y le explicamos que se podían obtener «tantos» millones (todavía estaba por implantarse el euro como moneda en España). Sorprendido exclamó: «¡¡¿Tanto?!!». Eso nos desconcertó, pues el importe dado lógicamente era inferior a lo que él se había gastado. Precisamente nuestro temor era que le pareciera poco. Le respondimos: «Te lo hemos explicado y lo has ido viendo (ya había entre nosotros un vínculo de amistad), cuando compras en subasta pagas una comisión y el vendedor otra. La suma de esas dos comisiones es lo que, en principio, no vas a recuperar si vendes inmediatamente. Teniendo en cuenta que los sellos han variado muy poco de precio en el corto tiempo que los tienes, tú mismo podías haber hecho el cálculo aproximado». Guardó los sellos en el maletín, y tras dar las gracias añadió: «lo pensaré y os digo algo».
Con una sonrisa de oreja a oreja, pocos días después nos comunicaba su decisión: «No vendo, sigo». Y muchos años después ha seguido en activo disfrutando con su colección.
Había sido tan brutal la decepción causada por quién le engañó que la colección estuvo a punto de morir, si embargo tal el interés del sujeto por coleccionar que continuó aunque en el fondo suponía que seguía tirando el dinero. Fue indescriptible su alegría al comprobar que no era así y, como he dicho, no sólo no vendió sus sellos sino que sigue hoy, muchos años después, en activo.
Fue una experiencia reconfortante, pero sólo una excepción, ya que son pocos los que escapan con vida al ataque de estos poderosos y despiadados animales.
«Daños colaterales»
Un día me visitó S.B. para ofrecerme los sellos de un célebre coleccionista. Tras su fallecimiento, el hijo los había heredado y deseando mantener sólo una de las colecciones, le había confiado la venta de todo lo demás a él por la amistad que durante años había tenido con su padre. Acordamos me traería el conjunto para que yo extrajera las piezas más importantes para subastarlas individualmente y hacer lotes del resto. Al día siguiente lo recibí todo, sin embargo, como estaba muy ocupado con la ejecución de otra subasta, almacené las cajas sin llegar a abrirlas a la espera del momento oportuno.
No había transcurrido una semana y apareció por la tienda un individuo que no conocía y que resultó ser el propietario de los sellos. Deseaba informarse de lo que S.B. me había entregado. Como ni yo mismo lo sabía, procedimos a abrir las cajas y, ante mi sorpresa comprobó que faltaban casi todos las piezas de más valor. Entre ellas, muchos clásicos españoles en nuevo, valores y series raras de otros países, doce o quince ejemplares del Caudillo a Canarias avión sin número y otras series en cantidad.
¿Qué puedo hacer? Sólo podía darle una respuesta: «si no tiene detallada y documentada la entrega, nada: es la palabra de él contra la suya». El mal estaba hecho y, aunque urdimos una estrategia para recuperar lo robado sólo rescatamos una parte, valiosa.
A estos delincuentes sólo les importa una cosa: lucrarse. No tienen piedad alguna, ni por su víctima, ni por los daños que puedan generar en otros con su actuación. Esta vez tuve la enorme suerte de conservar cerradas las cajas tal como las había recibido. De lo haber sido así, me hubiera podido señalar como responsable de todo lo que faltaba. Por fortuna no hube de acarrear con esos «daños colaterales».
«Son hábiles para hacer el mal» (Miq 7,3)
El depredador utiliza con habilidad toda suerte de recursos para acrecentar la fuerza de sus ataques. Si por lo general la debilidad de sus víctimas descansa primero en la confianza que siembra en ellos y más tarde, cuando se descubre el crimen, en la falta de pruebas que lo inculpen, no sólo se conforma con ello, sino que incluso logran de sus víctima documentación que pueda les exonere de cualquier responsabilidad.
Conservo una carta en la que un amigo me decía (cito textualmente):
«Mi padre un mes antes de fallecer (que no estaba ya muy bien), firmó unos documentos de venta a XX tanto de la colección como de (…..). Afortunadamente y tras poner el tema en manos de abogados, hemos podido recuperar la colección, pero el señor XXX se quedó con….»
En esa ocasión, aunque se perdiera una parte del conjunto, el grueso de la colección se pudo recuperar. Con frecuencia quedan resquicios para discutir en un juzgado, por ello el delincuente, temeroso del escándalo que se pudiera producir de hacerse pública la querella, prefirió pactar.
——
Como apuntaba al principio, sirvan los casos expuestos como una llamada de atención a ser extremadamente prudentes. Toda precaución es poca en un universo con escasez de valores éticos y morales.
No debemos engañarnos; solemos ver con más facilidad la corrupción en ámbitos de mayor repercusión social, como pueda ser el mundo de la política, cuando en realidad se trata de un mal endémico de la sociedad que se manifiesta en todos sus sectores y a todos los niveles.
Nota:
(*) Los casos aquí descritos son rigurosamente ciertos en todos su extremos. Únicamente se han omitido los nombres y los datos o detalles que permitiesen identificar a sus protagonistas