La huella del falsificador 39
Publicado en El Eco Filatélico y Numismático (septiembre 2013)
No todas las falsificaciones han nacido con ánimo de estafar a alguien. En ocasiones son fruto del estudio y la investigación de un experto porque con ese ejercicio pretende conocer mejor las técnicas seguidas por los falsificadores. Otras veces los falsos tienen su origen en un juego o entretenimiento y sus autores nunca imaginaron que acabarían siendo utilizadas para defraudar a algún coleccionista incauto. Hoy trataremos de un ejemplo de este último caso de falsificaciones.
Lo que les voy a relatar es rigurosamente cierto. Alguno de los protagonistas de la historia han fallecido, pero varios viven todavía y pueden dar fe de ello.
Hace más de treinta años unos amigos coleccionistas, estudiosos y amantes de la filatelia, comentaban indignados los disparates que se cometían en las exposiciones filatélicas. Cuando llegaba el momento de valorar las colecciones presentadas a competición y se otorgaban los correspondientes galardones las decisiones no parecían obedecer a los criterios objetivos descritos en los reglamentos. Más bien daba la impresión de que muchos jurados ni siquiera habían examinado la participación que valoraban. Uno de los presentes hizo la feliz sugerencia de montar una colección de historia postal que discurriera en torno a una argumentación falsa: itinerarios postales inventados, tarifas erróneas, unidades monetarias diferentes a las de ese momento o país, citas a legislación inexistente, etc. Cuando la colección fuera calificada y el jurado no se percatara del embuste, se revelaría la verdadera naturaleza del conjunto para escarnio y vergüenza de aquellos jueces supuestamente incompetentes. La idea se recibió con jolgorio, entre risas y chanzas, y alguno lo tomó tan en serio como para hacerla efectiva en cuanto fuera posible. En posteriores reuniones llegaron a presentarse algunas hojas de exposición plagadas de disparates como muestra de lo se podía hacer.
No obstante, tan sugerente proyecto no se llevaría a cabo. Los más prudentes hicieron notar que los posibles efectos negativos del escándalo que se podía provocar superaba cualquier beneficio o aspecto positivo derivado de semejante acción.
Aunque cierto es que la causa para desistir en el intento también habría podido ser otra: algo completamente imprevisto que iba a superar el efecto pretendido con aquella estratagema.
Francisco Lecha Luzzatti fue el más importante coleccionista español de prefilatelia de la época y posiblemente de todos los tiempos. Quienes conocimos y convivimos con él podemos certificar como una característica definitoria de su manera de ser, la tenacidad. Cuando se proponía un objetivo, con insistencia, machaconería y pertinaz tesón no cejaba hasta alcanzarlo. Así, por cansancio, logró adquirir colecciones y piezas de quienes en un principio no queríamos desprendernos de ellas. Eso ocurrió con un célebre coleccionista catalán por cuya colección de Cuba Paco Lecha porfiaba desde hacía tiempo. Ante su infatigable insistencia llegó un momento en el que el propietario aceptó venderle las mejores piezas, aunque no el conjunto entero. Tenía la colección inscrita en posteriores exposiciones filatélicas a las que no quería renunciar. El problema, aparentemente irresoluble, era cómo seguir adelante faltando las más de 40 cartas más importantes. Nos solicitó le ayudáramos a encontrar material para poder tapar los huecos de la manera que fuera. Lo único que pudimos proporcionarle fue un resto de cartas del célebre archivo Lanman & Kemp. Eran cubiertas de escasísimo interés porque ya habíamos retirado o vendido todas las que tenían algún valor. En ninguna de las que quedaban había marca postal alguna y con ellas habíamos formado un lote de conjunto para liquidar en subasta con puja inicial libre. Le pareció estupendo pues así salía del paso por un precio muy bajo, aunque consciente del riesgo de verse descalificado en la exposición. Acordamos un precio y nuestro amigo se marchó aliviado y feliz.
Al cabo de unas semanas, volvía exultante nuestras oficinas para participarnos que le habían otorgado de nuevo una medalla de oro en la recién clausurada exposición filatélica. Al parecer, ningún miembro del jurado había examinado su colección. Todos consideraron irrelevante verla de nuevo, la tenían más que conocida; no en vano llevaba años siendo paseada por España y el extranjero de exposición en exposición.[1]
Un “éxito” ante los jurados como ese restaba interés al proyecto de montar una “colección-engaño” que si se presentaba generaría disgustos y enfados importantes. Pero uno de aquellos amigos coleccionistas se quedó con la copla de poner en evidencia a filatelistas de élite e incluso a los expertos. En lugar hacerlo a través de una exposición el medio sería imprimir algunos sellos falsos. Esa tentativa era semejante a lo que hiciera Miguel Seguí a raíz de su participación en las tertulias filatélicas del Café Lyon d’Or en la Barcelona que veía finalizar el siglo XIX. Pero la diferencia es que ahora sólo se pretendía demostrar la posibilidad de dar el pego a los “sabios” creando unos valores inexistentes de una serie cuya factura de impresión fuera muy sencilla. El objetivo era únicamente hacer un ensayo con una emisión fácil de reproducir, en absoluto intentar la comercialización de ejemplares falsos.
La emisión elegida
Nuestro amigo escogió la emisión de sellos con cifras que el gobierno de la II República puso en circulación el año 1938. A partir del modelo del valor de 45 céntimos (supuestamente un no emitido o no expendido según aparece reflejado en los catálogos) elaboró 4 planchas, de 10 sellos cada una, correspondientes a los valores de 40, 45, 50 y 60 céntimos.
Un bloque de cada uno de ellos se reproduce en la figura nº 1. Sin embargo de los cuatro se imprimieron pruebas en cada uno de los cuatro colores (ver figura nº 2). Y hasta ahí llegó: 16 pruebas. No sé si fue a causa de su enfermedad o motivado por cualquier otra razón; pero la verdad es que desistió de seguir adelante. Después de esas primeras pruebas nunca hizo con ellas nada más y quedaron abandonadas en una de las muchas cajitas que cubrían la pared de un habitáculo junto a su despacho.
Transcurridos unos cuantos años el protagonista de esta aventura ya había fallecido. Los herederos no siguieron el lógico camino de recurrir a sus compañeros de afición para informarse del camino que debían seguir y la mayor o menos importancia del legado recibido. Ignorantes absolutos sobre el coleccionismo de sellos y cartas, malvendieron el patrimonio filatélico, sus colecciones, a los oportunistas de turno. Las mencionadas pruebas perdidas estaban entre un cúmulo de papeles, libros, cajas, álbumes y algún que otro pintoresco objeto, fueron a parar a un librero de viejo de otra localidad. El hombre desconocía de qué se trataba aquello y uno de esos personajes que creen saber de todo, le informó que se trataba de unas pruebas de impresión porque los mismos valores estaban en varios colores y además sin dentar (¡vaya argumento!). Su rareza era tal, dijo, que “¡Ni siquiera están referenciados en los catálogos! “(sic)
Así es cómo el mercader de papeles y libros viejos acabó por ofrecérmelas a mí a fin de incluirlas en una subasta. Estaba seguro de tener un tesoro en sus manos y quería saber el valor aproximado que podía obtener. Desde luego le expliqué se trataba de una fantasía. Los sellos no eran auténticos y esos valores nunca habían existido. En un principio, como sucede con frecuencia, no me creyó y pensó quería aprovecharme de su falta de conocimientos. Hube de argumentar mucho para convencerle. Por fin lo que le convenció fue por mi absoluta falta de interés en comprárselos fuere cual fuere el precio.
Me consta que también fueron ofrecidos, sin éxito, a otros posibles compradores. Pero ignoro su paradero final. Probablemente algún incauto acabaría comprándolas.
No hay que ser ningún experto para advertir que las pretendidas pruebas no eran más que falsificaciones. Como muestra de ello compruébense las diferencias entre la impresión de los conocidos como sellos originales de 45 céntimos y la de la falsa prueba. La figura 3 nos muestra ampliada la esquina inferior izquierda de cada uno de ellos.
Lo primero que salta a la vista es la nitidez de todos los trazos del falso y, por el contrario las roturas en el dibujo y toda clase de fallos de impresión en los sellos que se tienen por no emitidos. Si estudiáramos a fondo el dibujo completo podríamos descubrir múltiples diferencias en las que ahora no vale la pena incidir. Además el papel utilizado para imprimir las pruebas es moderno, muy blanco y nada parecido a los de aquella época.
De esta historia debemos extraer una advertencia; las últimas consecuencias de nuestros actos pueden ir más allá de lo que con ellos habíamos imaginado. Me constan, como ya he dicho, las “inocentes” intenciones del fabricante de esta falsificación. Se trataba sólo de un juego, de un divertimento; pero acabaron siendo base para una estafa o, cuando menos un intento de engaño. Hay juegos que pueden ser peligrosos y que deben terminar con la destrucción de todos sus elementos. Nunca valoremos como excesiva una medida de prudencia.
Otra incógnita curiosa.
Seguramente el lector se preguntará por qué he puesto en duda los sellos de 45 céntimos denominándolos “supuestamente no emitidos”, “teóricamente auténticos” o “que se tienen por no emitidos”. No soy yo el primero que ha dudado de ellos.
Conozcamos lo que dice Álvaro Martinez Pinna de esta emisión: “Cuando estos sellos hacen su aparición en las oficinas de correos, en abril de 1938, la guerra se encuentra prácticamente decidida a favor de las fuerzas nacionales, con la zona republicana dividida en dos trozos y unas comunicaciones muy difíciles entre ellos; la vida comercial ha quedado reducida a su más mínima expresión, realizándose las operaciones cotidianas, habitualmente, mediante un sistema de trueque, ya que el dinero ha perdido la confianza de la gente y nadie quiere entregar algo positivo, sea lo que sea, a cambio de unos papeles que presienten que pronto no servirán para nada; en su consecuencia el correo transporta, en su mayor parte, correspondencia epistolar, mucha procedente o dirigida a los frentes de combate, y mantenida por una población que está formada aproximadamente por unos nueve millones de habitantes, cuya idea fundamental es sobrevivir, pese a que las condiciones son cada vez más difíciles.
Estas duras circunstancias se reflejan también en los sellos, donde el papel, las tintas y los sistemas de impresión van perdiendo paulatinamente calidad. Se ha abandonado la calcografía, que es sistema más noble y costoso, y se emplea la litografía y el offset; hay una gran anarquía en cuanto a dentados y los papeles sobre los que se hace la impresión de los sellos presentan una variadísima gama tanto de calidades como de blancura, existiendo desde el blanco satinado hasta los papeles grisáceos, algunos con muy diversos gruesos que recuerdan el papel de estraza con que años antes se envolvían determinados productos en establecimientos comerciales de modesta condición.
Martínez Pinna divide esta emisión en dos series, la primera en papel blanco y la segunda, en papel grisáceo, impresa unos meses después. Se desconocen las fechas ciertas de puesta en circulación de cada unos de los seis valores.
En cuanto al valor de 45 céntimos, el maestro dice:
“Hay que referirse ahora a un supuesto sello de 45 céntimos, con este mismo diseño, del que existen razonables dudas sobre el carácter oficial del mismo, conociéndose otros elementos gráficos con los valores de 40, 50 y 60 céntimos, cuya fantasía es indudable”.
¡Pues claro que estaba seguro de que era una fantasía! ¡Como que se lo había comunicado el propio autor, del cual ambos éramos amigos! (una nueva prueba de que no había ninguna intención de engaño o fraude).
Luego añade: “Respecto al valor de 45 céntimos se conoce una prueba de punzón en color carmín. Con este punzón se elaboró una plancha de la que existen los ensayos correspondientes en los colores carmín, negro, rosa y verde. Estos ensayos han sido perforados privadamente con un dentado 14 de línea, mediante una máquina de agujas muy finas, justificando con ello los llamados sellos ‘no emitidos’ de este valor.
La citada plancha fue inutilizada por procedimientos químicos existiendo ensayos que, por otra parte, son conocidos como pruebas de plancha limada.”
Como Vds. pueden observar, lo reproducido en la figura 4 eso no es la prueba de una plancha «limada» o “rayada”. Ciertamente la plancha está inutilizada, pero no rayada. Aunque el problema va mucho más allá de lo que podríamos calificar como un error terminológico. El problema es que mientras la serie normal está impresa por litografía, los valores de 45 céntimos, conocidos como no emitidos, fueron impresos tipográficamente. La figura 5 lo evidencia mostrando el mayor grueso de tinta que se desplaza hacia los bordes de las zonas entintadas debido a la presión que la forma tipográfica ejerce sobre el papel cuando se efectúa la tirada y que son señaladas con flechas rojas.
¿Qué sucede, por consiguiente, con los “no emitidos Edifil 29/31?
No son litográficos como los valores de la serie emitida.
Su dentado es un dentado 14 de línea falso (no efectuado en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre en cuyos talleres fueron impresos los sellos originales).
Caben varias hipótesis. Para mí la que tiene mayor probabilidad de acercarse a lo sucedido es la siguiente:
1.- A finales de 1937 se necesitaban sellos de 45 céntimos para el franqueo de la correspondencia y probablemente se diseñara este sello imprimiéndo pruebas en colores negro, rosa, carmín y verde.
2.- El sello no llegó a ser aprobado. Se prefirió acudir a los excedentes de sellos de 1 y 2 céntimos y sobrecargándolos con una leyenda que los habilitara para ser utilizados como sellos de 45 céntimos. El 15 de enero de 1938 fueron puestos en circulación (Edifil 742 y 743) y utilizados hasta finalizar la guerra.
3.- Más tarde, un comerciante avispado (supongo que todos pensamos en el mismo) se hizo con esas hojas, las perforó y las catalogó. La impresa con tinta negra la calificó como prueba y las de color las bautizó como sellos no emitidos.
Si fuera esta la verdad de lo sucedido, estaríamos ante un caso similar al descrito el mes pasado en esta misma sección. Entonces tratábamos de la prueba de un sello de Andorra que fue perforada con un dentado falso y los catálogos lo incluyen como sello tipo del correo español de Andorra (Edifil nº 41). Ahora hablamos de la prueba de un sello del correo ordinario español que otro avispado (quizá, originariamente, incluso pudiera tratarse del mismo sujeto) lo perforó con dentado falso (en esta ocasión 14 de línea) y los catálogos lo reseñan como un sello original no emitido.
En ambos casos los expertos han bendecido con sus peritaciones estos ejemplares que hoy tienen carta de naturaleza. Son lo que son. No existen de otra manera. Por ello, en mi opinión, deben seguir catalogados donde están; pero diciendo la verdad, sin mentir. Llamemos a las cosas por su nombre y admitamos su origen fraudulento, aunque sea con el eufemismo de “origen privado” u “origen particular”.
Nota
[1] El tema de la actuación de los jurados en la exposiciones filatélicas ha experimentado un cambio significativo. Quienes hemos sido más críticos con ellos también debemos reconocerlo. Hoy se ha avanzado mucho en la objetividad de las valoraciones, aunque subsisten determinados problemas y en cada certamen encontramos coleccionistas decepcionados por la valoración que se les ha otorgado.