Buceando en la Historia de la Filatelia (78)
Publicado en Revista de Filatelia (Enero 2011)
Como quedó expuesto en el artículo anterior (Buceando en la Historia de la Filatelia 77) el crecimiento de la filatelia española en la última década del siglo XIX fue muy importante, podríamos incluso calificarlo de espectacular espectacular. Por ello a comienzos del siglo pasado, el siglo XX, nuestra afición ya empezaba a verse como algo más normal, al tratarse de una actividad ejercida por un importante número de aficionados y no la mera excentricidad o extravagancia de una minoría.
Pero todavía faltaban muchos años para ver a la filatelia convertida en un hobby, afición o pasatiempo universal y para valorar su vertiente cultural y alcanzar la importancia económica que habría de tener a partir de los años 50.
Ya atisbaba esa evolución el articulista que en La Vanguardia([1]) afirmaba:
“qui no te res que fer, al gat pentina ([2]) dice un sabio proverbio catalán. De esa feliz condición en que viven algunos dichosos mortales que desde que se levantan hasta que se acuestan no tienen tarea precisa a qué dedicarse ni ocupación obligatoria a qué someterse, han nacido no pocas especialidades que pasito a pasito, han llegado a conquistar verdadera importancia: verbi gracia, las colecciones de sellos y las ciencias ocultas”.
Mira por donde nunca se me hubiera ocurrido encontrar un punto en común que permitiera equiparar la filatelia con las ciencias ocultas. Pero valga esta cita para comprobar que el coleccionismo de sellos empezaba a cobrar una cierta importancia económica al crecer el número de sus adeptos. Sin embargo, su apreciación social seguía considerándola algo marginal y de escaso interés en general.
Efectos del auge del coleccionismo.
Resulta lógico que al valorar un objeto que antes era despreciado, cambien los comportamientos de quienes trabajan o trafican con él. Este fenómeno se hizo visible con el sello de correos. Al revalorizarse porque los coleccionistas lo demandaban, empezó el interés por reunirlos despegándolos de las cartas donde se habían utilizado como medio de franqueo. Mientras eso lo hicieran los destinatarios de la correspondencia, nada se podía objetar; pero el problema surgió cuando los empezaron a despegar de sus cartas algunos carteros y funcionarios de Correos.
En La Vanguardia del 10 de septiembre de 1901 se reproducía la circular que el director general de Correos y Telégrafos dirigía a los administradores de Correos diciendo:
“Las frecuentes quejas que se dirigen a este centro por destinatarios a quienes se entrega la correspondencia, principalmente la del extranjero, sin los sellos que sirvieron para franquearla, cuando estos son de alguna utilidad para los filatelistas o pueden servir a otros fines, me obliga a recordar a los funcionarios de Correos su deber de respetar en absoluto los signos de franqueo que, aún inutilizados en las oficinas, pueden seguir representando un valor de venta y cuya propiedad pertenece al remitente del objeto hasta su entrega, y desde que ésta se verifica al destinatario, con arreglo a las disposiciones vigentes en el ramo.
Sin perjuicio de que, con ánimo de cortar de raíz todo abuso, estudie esta Dirección si es o no lícito en los empleados de Correos dedicarse a formar colecciones de sellos, y como consecuencia de esta afición al cambio o compra y venta de los mismos, he de advertirles de mi propósito de castigar con extremado rigor toda falta que afecte, aunque sea en pequeña medida, a los derechos de propiedad de los particulares.”
Tragedias filatélicas.
Las pasiones suelen verse espoleadas (y en ocasiones hasta extremos dramáticos) cuando se mezclan con intereses económicos de cierta importancia.
Un crimen conmovió París hasta tal extremo que fue ampliamente comentado en toda la prensa mundial.
En España se hicieron eco de la noticia, entre otros, La Vanguardia, el ABC y La Iberia. En este último se pudo leer en la edición del 11 de marzo de 1882:
«CRIMEN MISTERIOSO.
Un cadáver en un baúl.
El telégrafo nos comunica de París nuevos detalles a cerca de este horrible crimen.
Ante el cadáver.
El jefe de la policía de París que fue ayer a Cherburgo ha puesto en presencia del cadáver hallado en un cofre, a los presos Guillermo Aubert y Margarita Dubois. En situación tan propia para impresionar a los supuestos criminales, comenzó a interrogarles. Ambos conservaron, sin embargo, la serenidad más perfecta y, no sólo negaron tener participación en el asesinato, sino que además insistieron con la mayor firmeza en su dicho de que no sabían quién era el muerto.
A solas con Margarita.
En vista de estas negativas, a las que no daba fe el jefe de policía, mandó éste que fuera retirado Aubert, y él se quedó a solas con Margarita Dubois.
Tuvo con ella una larga conversación en la que le hizo saber que continuando en sus negativas no hacía sino comprometerse a sí misma y confirmar a las autoridades en la creencia que ya tenían de que ella era cómplice y probablemente instigadora del crimen. Persuadiéndola también de que las negativas no salvarían a su amante, pues ya tenían pruebas de la culpabilidad de éste.
Además dijo a Margarita, y es cierto, que en el equipaje de Aubert la policía había descubierto un hacha martillo que, según todos los indicios, es el instrumento que sirvió para cometer el crimen.
Como es natural estas revelaciones y la presentación de los objetos causaron a Margarita una perturbación mal disimulada y, a costa de esfuerzos grandísimos, y poco a poco, fue confesando la presa buena parte de lo que sabía del crimen, aunque envolviendo su revelación con atenuantes favorables a su amante.
La confesión de la mujer
Margarita Dubois vino a decir en resumen:
El día 14 salí temprano de mi casa para ir a ver a mi hermana. Volví a las tres de la tarde y abrí la puerta del cuarto de mi amante que estaba pálido y convulso y que sin más preparación me dijo: Me ha ocurrido una desgracia: hablando de negocios con este hombre (señalándome el cuerpo de uno que había tendido en el suelo) hemos reñido; él me pegó y yo cogí un hacha martillo para defenderme y le di con él. Cayó creo que muerto. Pero yo no quise matarlo.
Después cogió el cadáver, lo colocó sobre la mesa, desgarró esa tela roja y lo envolvió con ella para taparlo. Al día siguiente Aubert compró un baúl, lo trajo a casa, metió el cadáver dentro y se lo llevó a la estación del ferrocarril, donde lo dejó en la consigna.
Aubert habla
El policía hizo entonces que trajeran otra vez a Aubert y lo careó con su amante. En cuanto comprendió que Margarita había hablado, le entró fuerte temblor que él dijo ser de frío.
Al principio insistió enérgicamente en sus negativas y desmintió de la manera más firme a su amante. Al fin reconoció que se había peleado con un hombre y lo había matado. Con gran sorpresa del jefe de policía añadió entonces Aubert:
Pero el hombre a quien yo maté no es ese cuyo cadáver tenemos delante.
Entonces habéis matados a dos –respondió en el acto el policía- porque éste es el que fue hallado en vuestro equipaje. Habréis dejado otro en el camino. Aubert se descompuso grandemente.
Por unos sellos
Aubert acaba de confesar su crimen. Al írselo a llevar los agentes exclama: Pero conste que yo no le he robado nada a ese hombre: ¿Os parece poco la colección de sellos? Contestó el jefe de policía.
En efecto está demostrado que el crimen fue cometido por robar unos sellos.
La víctima y sus sellos
La víctima se llama Emilio Delahaeff. Edad exacta, 23 años. Su padre es un modesto fabricante de ladrillos. Emilio estaba medio tísico. Su carácter era casi infantil. Por esa circunstancia y por razones de salud se le había prohibido que hiciera trabajo alguno. Pero Emilio, deseoso de ganar algo, se dedicaba al comercio de sellos para colecciones, el cual le había proporcionado algunas pequeñas ganancias y una colección bastante buena. Aubert, hombre de antecedentes detestables, verdadero caballero de industria que vivía de expedientes nada limpios conoció a Emilio en la Bolsa de Sellos que esperando la que se construirá en breve se celebra actualmente en las alamedas de los Campos Elíseos y allí se reúnen los filatelistas para sus cambalaches y sus compras.
El crimen
Supo Aubert que Emilio acababa de comprar una colección de sellos por 2.000 francos para negociar con ella. Esto indujo al asesino a cometer su crimen. Alquiló en la avenida de Orleans un cuarto y escribió a Emilio una carta ofreciéndole 4.500 francos por la colección y diciéndole que se la trajera a su domicilio, o sea, al cuarto alquilado para el asesinato. Emilio salió de su casa el día 14 por la mañana y no volvió a aparecer más.
Al entrar en casa de Aubert, éste le dio un martillazo en la cabeza, para matarle y robarle su colección. Los vecinos de la casa no vieron entrar a Emilio ni oyeron ruido alguno de lucha. Pero vieron bajar el baúl que apestaba a éter y vieron también que Aubert ayudaba al cochero a cargarlo en una victoria en tanto que Margarita sujetaba por las riendas al caballo.
El viaje
De las pesquisas de la policía resulta también que Aubert, no pudiendo vender la colección completa, como esperaba, arrancó de ella los sellos más raros y con el producto de su venta pagó la fonda donde él y Margarita durmieron y los billetes de ferrocarril.
El proyecto de los amantes era echar el cadáver al mar en Villers-sur-Mer, donde no hay consumos y donde, por lo tanto, no registran los equipajes.
Los restos y el cadáver serán traídos a París, donde se verificará la trágica ceremonia de la constitución del asesinato en el mismo local donde fue consumado.”
En ocasiones parecía que una manera de resaltar la importancia adquirida por una determinada actividad sea reproducir noticias sobre su capacidad para alterar la vida cotidiana. Es como decir: la filatelia ha llegado a ser tan importante como para ser la causa o el motivo de este crimen, de aquella desgracia o de aquél desaguisado.
Siguiendo ese patrón La Vanguardia del 9 de junio de 1901 contaba la historia del reciente suicidio de un tal Sr. Berghen. Dice se trataba de «un anciano de 67 años» (hoy nos pueden pegar si a una persona de esa edad la llamamos anciana) . El individuo en cuestión había sido
“uno de los primeros que cuarenta o cincuenta años atrás iniciaron y propagaron ese gran movimiento que tantos vuelos ha tomado dando al sellismo una importancia extraordinaria”.
Se contaba de este hombre que al enterarse que una dama de Hamburgo tenía uno de los raros ejemplares de la Isla Mauricio dentro de una importante colección, le escribió pidiéndole matrimonio:
“De nuestras dos colecciones haremos una y será la mejor del mundo y la envidia de todo el Universo”. La mujer le contestó que era imposible porque estaba casada. “¿Y eso qué importa? -replicó el coleccionista- divórciese usted y entonces no habrá obstáculo para que se unan nuestras almas y nuestros álbumes…»
La hamburguesa no quiso apelar a tan heroico recurso y repitió las calabazas dadas al pretendiente. De lo cual éste hubo de concebir profunda extrañeza, no comprendiendo cómo una verdadera coleccionista podía preferir conservar un marido a la co-propiedad de una colección incomparable.
Cuando el entusiasta coleccionista regresaba un día a casa “se encontró con ese desbarajuste que indica el paso todavía fresco del ladrón: después de un minucioso registro echó de menos distintos objetos de valor: dinero, joyas, cubiertos y tres o cuatro álbumes de sellos.
Con la pérdida del metálico y de las alhajas se hubiese resignado probablemente el digno caballero: pero la desaparición de los sellos le sumió en la aflicción más acerba.
Le entró una melancolía hondísima contra la cual nada pudieron los mimos de la familia, ni los cuidados de la amistad; de la tristeza pasó a la misantropía más negra, y una mañana le encontró su ayuda de cámara ahorcado y rígido ya”.
El articulista que firmaba con el pseudónimo Juan Buscón el artículo principal del periódico (el único de la portada) exponía la siguiente e inaudita enseñanza:
«¡Valiente tontería!…-dirá más de un escéptico burlón- ¡matarse por unos cuantos sellos!…
Si; indudablemente es una gran tontería. De todos los suicidios -ha dicho un gran filósofo- el suicidio por amor es el más tonto. -Y matarse por unos sellos perdidos es lo mismo que matarse por el perdido amor de una mujer.»
La locura del coleccionismo.
Ese mismo autor que narraba el suicidio del Sr. Berghen, unos años antes escribía en el mismo periódico:
“En casi todo coleccionista hay siempre un maniático más o menos caracterizado; esto es, un loco en estado rudimentario. Pero esos rudimentos pueden alcanzar un desarrollo considerable y el coleccionista empedernido llega con suma facilidad a la locura progresiva e inofensiva y a veces a la locura súbita y furiosa. Eso mismo le ha sucedido a Mr. Voss que tenía una de las mejores colecciones del mundo.”
Cuando un día regresaba a su patria tras asistir a una subasta de sellos en Londres se encontró con la sorpresa de que le faltaba uno de sus tres álbumes de sellos más importantes.
Fueron inútiles todas las averiguaciones que hizo la policía. “Mr. Voss, después de pasar cinco o seis días en medio de un estupor interrumpido por frecuentes accesos de ira y de desesperación, amaneció una mañana loco rematado” .
Tras narrar otros casos de locura en los que habían acabado coleccionistas de monedas u otros objetos concluía el autor con sorna:
“No son únicamente los particulares los que está sujetos a esas pasiones a esas pasiones coleccionófilas que tan caro cuestan. A veces los mismos soberanos incurren en análogas debilidades. Así, acabo de leer en un periódico, que un rey africano se ha vuelto absolutamente idiota; tanto que sus súbditos le han desposeído del supremo poder. Ese augusto sólo tenía también la chifladura de coleccionar.
Coleccionaba mujeres y había llegado a reunir dos mil setecientas ochenta y dos. Lo cual me parece excesivo, sobretodo si se tiene en cuenta que con frecuencia una sola basta para volver loco a un hombre”.
Comenzada el siglo XX. La Filatelia abandonaría en pocos años esa aureola de excentricidad que adornaba a sus seguidores para adentrarse por los senderos de la ciencia de la mano de la historia postal.
Haber hecho esta pequeña incursión en la imagen de la filatelia que ofrecía la prensa en los primeros decenios de su existencia, no sólo es curioso, sino también interesante y ayuda a comprender su evolución.
Notas
([1]) 12 de diciembre de 1895.
([2]) “El que no tiene nada que hacer, al gato peina”. Este proverbio catalán señala cómo quien no tiene obligaciones suele emplear su tiempo en tareas fútiles de insignificante trascendencia.