Actualidad, Opinión — 31 de julio de 2016

La memoria selectiva de la RAHF

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Ante las experiencias dolorosas, frente a las derrotas o los errores cometidos, el hombre tiene dos opciones: una es procurar olvidarlos, la otra recordarlos para hacer autocrítica y evitar en el futuro reincidir en ellos.

El uso de la memoria selectiva para borrar el recuerdo de lo que se considera negativo es una actitud cobarde semejante al mito de esconder la cabeza bajo tierra del avestruz. Cerrar los ojos porque «ojos que no ven, corazón que no siente, será un consuelo, pero ni resuelve el problema ni, mucho menos, impide que volvamos a caer en él.

Viene esta reflexión a propósito de la desaparición de Albertino de Figueiredo en el cuadro de miembros de la Real Academia Hispánica de Filatelia (véase la web de la RAHF).

La polémica designación como Académico Honorario de Albertino de Figueiredo fue aprobada en la Asamblea General celebrada el 15 de diciembre de 2001. Con posterioridad, en alguna Asamblea General, fue solicitada su expulsión con la retirada de semejante título honorífico; pero la propuesta se denegó con el argumento de respetar la presunción de inocencia en tanto no existiera sentencia judicial que le condenara.

Justo el día siguiente de publicarse la sentencia de la Audiencia Nacional (27 de julio) en el que era condenado por como autor de un delito continuado de estafa agravada, de un delito de insolvencia punible y como autor de un delito continuado de falseamiento de cuentas anuales. Albertino de Figueiredo firmaba una carta de dimisión ante la certeza de que no se podría impedir de nuevo ser expulsado.

Inmediatamente se ha procedido a retirar su nombre de la web sin comunicación o explicación alguna. Sería buena una mayor transparencia. Aunque sea duro reconocer que durante 15 años se ha tenido como compañero de viaje a un delincuente, es bueno saber que la institución se sanea admitiendo su renuncia.

Por el contrario el oscurantismo, la falta de luz e información conduce a sospechas, malos entendidos y errores.

Actuar del mismo modo con aquellos que «estuvieron pero, sin haber fallecido no están» podría dar a entender que todos los casos obedecieron a causas semejantes; sin embargo, no es lo mismo que un miembro de la Junta de Gobierno (como sucedió ni hace mucho) se viera obligado a dimitir al conocerde que la policía halló en su casa más de 2.000 cartas prefilatélicas propiedad de un archivo histórico, que la de quienes voluntariamente dejaron la institución por iniciativa propia en función de criterios o razones personales.

En la relación oficial de Académicos figuran en cada clase dos grupos, los actuales y los fallecidos. Pero hay muchos que no aparecen, como si nunca hubieran pertenecido a la Academia, e incluso a su Junta Directiva y hasta quien presidió durante muchísimo tiempo la institución.

Para la memoria de la Academia es mejor morir que dimitir. Excepto en el caso de los Académicos correspondientes pues salvo los  tres relacionados en el apartado de fallecidos, los demás han sido eliminados de todo recuerdo.

Existen casos curiosos como el de Ramón Ruiz de Arcaute que durante un tiempo fue considerado oficialmente Académico Honorario (ver Academvs 4 al 7) y desaparecido sin explicación alguna a partir de Academvs nº 8. La razón es que se trataba de un error. A Ramón Ruiz de Arcaute le fue propuesto su nombramiento, pero declinó aceptarlo por razones de salud y avanzada edad.

Otro enigma es el del Dr. Trino Maciá Pons, que siempre figura como Académico Honorario aunque en realidad falleció con anterioridad a la primera Junta General de la Academia en la que se debía haber aprobado tal nombramiento.

La Academia debiera recopilar los nombres de todos sus miembros y el período al que pertenecieron en cada una de sus clases. Algunos desarrollaron una actividad importante mientras fueron académicos electos porque tardaron mucho en realizar la lectura de su discurso de ingreso, por lo que no parece lógico que sólo figure como fecha de ingreso en la asociación la de su nombramiento como Académico Numerario, como es el caso de Antonio Perpiñá (electo en 1980 y de número en 1990) o el de Ángel Láiz (electo en 1980 y de número en 1997). Y todavía más paradójico resulta el olvido de quienes fallecieron siendo electos por no llegar a presentar su discurso de ingreso, como Francisco Lecha Luzzatti a formó parte de la Junta de Gobierno como tesorero desde 1987 hasta 1990.

Se debe mantener la memoria íntegra de la Academia y para ello no se puede olvidar inconscientemente por desidia, o premeditadamente por cualquier otra razón a quienes han participado en ella.