Buceando..., Fruslerías — 11 de mayo de 2014

La Plaza Real de Barcelona

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El primer mercadillo popular popular de la filatelia española

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Publicado en Revista de Filatelia (abril 2002)

 

La plaza Mayor de Madrid es denominada así desde el siglo XVI, cuando se encargó el proyecto de remodelación de la antigua plaza del Arrabal al célebre arquitecto de Felipe II, Juan de Herrera. Sin embargo no sería hasta ya entrado el siglo XVII, concretamente en 1617, cuando se llevara a cabo su construcción por orden de Felipe III y bajo la dirección de Juan Gómez de Mora. Tuvo lugar su inauguración en 1620 y el primer acto público que en ella se celebró fue la beatificación de San Isidro, patrón de la villa.

La plaza Mayor que hoy conocemos es el resultado de la remodelación llevada a término por Juan de Villanueva a raíz del incendio que la destruyó en 1790; era el tercer gran incendio que, a lo largo de la historia, la ha asolado.

Cuando la plaza todavía se llamaba del Arrabal, era el centro del comercio principal de mercaderías agrícolas y textiles del Madrid medieval. Tras convertirse en la Plaza Mayor vino a ser, además de un mercado diario, el gran escenario de Madrid para la celebración de actos políticos, ejecuciones populares, grandes recibimientos y festejos diversos como autos de fe, juegos de cañas y corridas de toros. Bajo las arcadas alternaban las tabernas con las tiendas de paños, bisutería, etc. Así como la sede de diversos gremios o asociaciones profesionales.

Pero lo que nos interesa a los amantes del coleccionismo es que en la actualidad la Plaza Mayor alberga un mercado filatélico todos los domingos y días festivos

El 7 de mayo de 1977 la filatelia española celebraba el 50 aniversario de la creación de ese mercadillo filatélico con la puesta en circulación de un sello conmemorativo.

Quienes propusieron esa emisión dieron por sentado que fue en 1927 cuando empezaron a reunirse allí los filatelistas para comprar, vender y cambiar sellos; quizás. Sin embargo nunca logré tener a mi alcance prueba alguna fehaciente de que así fuera. Sería interesante que, si algún lector tuviera acceso a alguna documentación sobre los orígenes del mercado filatélico de la Plaza Mayor, lo hiciera público dada la gran importancia que ha tenido en la historia de la filatelia española.

El mercado de la Plaza Real de Barcelona ya existía hacia 1910

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Nos cuenta Piracés que el mercado nació hacia 1905 – 1910 en la Ronda de San Antonio, travesía que une la plaza de San Antonio con la plaza Universidad. Todo fue una consecuencia espontánea de que en el mercado dominical de libros viejos del mercado de San Antonio, un librero aficionado a la filatelia pusiera a la venta sellos montados en libretas y que podían escogerse a los precios de 1, 2, 5 y 10 céntimos la pieza. El librero era don Emilio Graells y a él acudían con sus álbumes los coleccionistas esperando hallar alguno de los ejemplares que les faltaban. Trabaron de esa forma amistad los unos con los otros y pronto el Sr. Graells se encontró con que sus ventas se reducían casi a cero, pues los coleccionistas preferían cambiar los repetidos entre sí, que desembolsar dinero por los sellos que les faltaban.

Estamos hablando de unos años en los que las transacciones que se llevaban a cabo eran de muy escasa entidad. Las ventas de Graells eran más una diversión o entretenimiento que un negocio, por lo que siguió con buenos ojos la evolución ascendente del mercadillo que, paralelamente, se traducía en una bajada de sus ventas.

Para mayor comodidad los concurrentes situaron el punto de reunión cruzando la actual calle Urgell, al principio de la Ronda, zona en la que la acera de la calle era ancha y estaba libre, por lo que no suponía molestia para nadie. La foto que reproducimos corresponde a esa época.

Como nota curiosa fijémonos que en las fotos aparecen más de 40 personas, ni rastro de figura femenina y todos llevan la cabeza cubierta con sombrero o gorra.

Plaza Real 01 detalle webCómo se multiplicó el valor de un lote de cartas en pocos minutos.

Algunos hechos anecdóticos ayudaron a hacer famoso este mercado y que creciera su importancia. Una mañana de domingo apareció por el lugar una mujer con tres o cuatro enormes cajas llenas de cartas viejas. Todos acudieron a intentar hacerse con el botín. La mujer pidió 40 pesetas por el conjunto. Era demasiado dinero por un material que sólo servía para alimentar el capricho de unos pocos coleccionistas excéntricos.

La buena señora, al no lograr colocar el lote en su conjunto, espoleada por los coleccionistas interesados, empezó a detallar las cartas vendiéndolas una a una a razón de 10 céntimos la pieza. Se produjeron algunos incidentes entre los coleccionistas más vehementes, ávidos de acaparar parte del material. La mujer comprendió que podía pedir más y aumentó el precio de la mercancía de 10 a 20 céntimos la unidad. No decayó el interés y de nuevo aumentó el precio, primero a dos reales, luego a una peseta, más tarde a seis reales… Los últimos ejemplares se pagaron a 2 pesetas.

Al acabar la venta la mujer había recaudado más de 300 pesetas. ¡En sólo cuatro horas. por los sellos que valían 40 pesetas, se pagaron 300!. Semejante hecho atrajo a muchos coleccionistas dispuestos a encontrar gangas. Y nos dice  Piracés que alguno de ellos lo consiguió ya que «años más tarde pudieron adquirirse por pocas pesetas, de un   profano que había encontrado en un archivo algunas cartas de Filipinas, una docena de las llamadas «cabezotas», de 1855, que valen de 100 a 300 pesetas».

Prueba de que el  interés en aquella época era prioritariamente por los sellos y no por las cartas, es que Piracés habla de sellos refiriéndose a las cartas y es que el valor real de los sobrescritos por aquellos tiempos residía, casi en general, únicamente en los sellos que tuvieran adheridos las misivas.

La Plaza Real tras la guerra civil española.

Tras la guerra civil española la filatelia vivió en nuestro país unos momentos difíciles a los que no escapó el mercado de la Plaza Real, que sin embargo mantuvo su actividad constante hasta llegados los años 50 en los que se produjo una expansión que lo llevó vivir sus días más esplendorosos. Se reguló la asistencia de tal manera que sólo los comerciantes legalmente establecidos como tales podían disponer de una mesa para la venta de material filatélico.

Fueron unos años en los que se concentraban los domingos por la mañana la mayor parte de los grandes coleccionistas de la ciudad y desde luego la practica totalidad de los comerciantes.  Allá estaban los Monge, los Tarré, Ricardo de Lama, Prous,  Alert, etc. Junto a ellos, con la marquilla en el bolsillo el Dr. Antonio Roig se aprestaba a expertizar los sellos de cualquier país de mundo que se le presentaran: era la máxima autoridad española en la materia y sus dictámenes estaban plenamente reconocidos por todos los filatélicos españoles. Ya en el artículo de Piracés de 1926 llama la atención de un asistente a la plaza Real que era doctor en medicina; indudablemente se refería al Dr. Roig.

Declive y degradación.

Hacia los años 70 la concurrencia de coleccionistas seguía siendo muy importante, pero ya los comerciantes más importantes habían subarrendando sus mesas a otros revendedores y empezaba a reducirse su presencia las mañanas de los domingos.

No obstante el auténtico declive comenzó hacia 1977-80. La inseguridad ciudadana creció por aquel barrio. La presencia de drogadictos y delincuentes que acudían a vender objetos robados se alternaba con redadas policiales. El coleccionista ante aquel panorama y la mejora del nivel de vida que inducía a abandonar la ciudad los fines de semana en favor de una segunda residencia en la playa o en la montaña, dejó en gran parte de asistir. Como ellos los principales comerciantes.

En la última década se ha pretendido sanear el lugar. Las autoridades ciertamente han mejorado notablemente el ambiente y la seguridad del barrio. De todas formas, en la actualidad, se trata de un mercado marginal muy lejos del esplendor de antaño.

…y entre ellos, pillos, sinvergüenzas y delincuentes.

Ya nos decía Agustín Piracés en 1926 que «si bien en el mercado filatélico de la Ronda de San Antonio, además de estas y otras gangas los coleccionistas hallaban facilidad para adquirir los sellos que les convenía, muchas veces a menor precio que en los establecimientos filatélicos de Barcelona, también en otras ocasiones salían defraudados. Amparados en el anonimato de la impunidad, traficantes poco escrupulosos, vendían con frecuencia sellos falsos o estropeados. Con tal motivo se produjeron algunos incidentes desagradables, necesitando la intervención, a veces, de los más sensatos concurrentes a la Bolsa, para evitar que el asunto terminase como el celebérrimo rosario de la aurora».

Con el valor que hoy tienen los sellos ya no se puede denominar como «pillos» a los espabilados en la venta de sellos falsos, trucados o reparados. Los calificativos más adecuados serían los de sinvergüenzas y delincuentes.

Una gran parte de los sellos que se reengoman, así como de piezas reparadas o falsas, encuentran su venta a través de la plaza Real de Barcelona, la plaza Mayor de Madrid y otros mercadillos de diversas poblaciones españolas. Por cierto, que ahora que me encuentro en Portugal puedo comprobar que hasta aquí es conocida la existencia de un personaje de Barcelona que tiene como «modus vivendi» el reengomaje de sellos y las restauraciones, triste fama.

Quizá ya no veamos nunca más estos mercadillos con la brillantez y auge de otros tiempos. Pero los nostálgicos seguiremos acudiendo a ellos de tanto en tanto, recordando nuestra primeras vivencias de juventud y; eso sí, ahora con gran prevención contra el fraude porque verdad es que «no es oro todo lo que reluce».