Buceando..., Fruslerías — 22 de abril de 2015

La primera carta certificada de Cataluña franqueada con sellos

por

Buceando en la Historia de la Filatelia 058

Publicado en Revista de Filatelia (octubre 2005)  

«No hay nada nuevo bajo el sol,
pero ¡Cuantas cosas viejas hay
que no conocemos!»
Ambrose Bierce

 

El fruto de la investigación no es inventar o descubrir algo nuevo, sino desenterrar del olvido lo que de por sí es antiguo: esa es la auténtica novedad que aporta el análisis y el estudio de la realidad. Esos son los descubrimientos del sabio y el investigador: cosas viejas que por olvidadas parecían inexistentes y cuyo hallazgo las hace nuevas a nuestros ojos.

El coleccionismo nos aporta por esa razón un espíritu de verdadera juventud. Los coleccionistas mostramos ante un descubrimiento ese asombro y entusiasmo que aflora en la cara del niño cuando por primera vez ve algo que, por serle hasta entonces desconocido, le produce un arrebato de asombro y emoción.

La pérdida de la capacidad de asombro es el termómetro de la vejez, algo que difícilmente se produce en un verdadero coleccionista.

En esos sentimientos, mezcla de asombro, admiración y entusiasmo, nos hemos encontrado sumidos al tener en nuestras manos una pieza de la primera emisión de sellos de España, hasta ahora en el anonimato de una colección que la albergaba simplemente como una pieza curiosa.

 

El correo certificado en el coleccionismo de la Historia Postal Española

No se nos ocurrirá, desde luego, decir que el coleccionismo de cartas en atención a su naturaleza postal sea algo nuevo. Podemos encontrar precedentes hasta en el siglo XIX; sin ir más lejos, el Dr. Thebussem sería uno de ellos. Sin embargo se trataba de una minoría muy escasa la de quienes, dentro de la filatelia, daban prioridad a la carta por encima del sello, y la de quienes se interesaban por la historia del correo, sus modalidades, sus tarifas, sus marcas etc. No cabe duda que entre los pioneros de esta rama del coleccionismo debemos reconocer como el más importante a Pedro Monge Pineda, tanto en el ámbito de la prefilatelia como el de la época filatélica.

A partir de los años 60 y 70 del siglo XX, con un notable retraso frente a la filatelia de los países más avanzados, comenzamos aquí un progresivo desarrollo del coleccionismo de Historia Postal. Con ello se producirán dos efectos principales: la ampliación notable de los conocimientos y el encarecimiento de los precios al constatar su rareza. Rareza que en determinados casos llega a constatarse que es extrema.

El más notable coleccionista español del siglo XX, Antonio Perpiñá, avanzado del estudio postal paralelamente al del sello, fue el primero en investigar el correo certificado (aunque específicamente en la época filatélica) y demostrar su enorme rareza([1]).

Fig 1.-  Sello emitido por España el 22 de octubre de 2004 (Día del Sello) conmemorando el cuarto Centenario de la Primera Certificación Postal del mundo.

Fig 1.- Sello emitido por España el 22 de octubre de 2004 (Día del Sello).

El correo certificado antes de 1850

Los orígenes del correo certificado en España son un tema todavía por desvelar. En el número 9 de esta serie de artículos (publicado originalmente en R. F. diciembre 1999) trataba el tema bajo el título de “La carta certificada más antigua de España” considerando como tal la fechada en Madrid el 14 de diciembre de 1661 y dirigida a Viana en Navarra. Hoy no me atrevería a afirmar con rotundidad lo mismo. Es posible que esas piezas de 1661 sí se traten de certificaciones, desde luego, pero entendidas como actos administrativos de los correos, no como cartas certificadas o aseguradas. Ya desde principios del siglo XV([2]) nos llegan noticias de la existencia de esas certificaciones, que los correos tenían que recoger en el punto de destino para garantizar a quien los habían enviado que el servicio había sido realizado. Pero son varias las razones por las que, aunque se traten de un precedente del correo certificado, no son propiamente cartas certificadas:

1.- El correo certificado es una correspondencia que circula asegurada frente a su posible extravío. En el caso de las certificaciones no existe tal seguro o indemnización frente a su posible pérdida.

2.- Una carta certificada está obligada a seguir unas formalidades administrativas específicas que no sigue el correo ordinario. En el caso de las certificaciones las cartas circulan por los mismos cauces que la correspondencia ordinaria.

3.- Existe una tarifa especial para la correspondencia certificada. Su coste es adicional o superior al correo ordinario. Esto tampoco ocurre en el otro supuesto

Fernando Alonso, miembro de número de la Academia Hispánica de Filatelia y correspondiente de la Academia de la Historia, en sus estudios e investigaciones, descubrió la más antigua certificación, que hasta el presente sepamos, se ha conservado en nuestro país; un hallazgo que mereció su reproducción en un sello emitido por España conmemorando su cuarto centenario ([3]). Pero, hecho este paréntesis sobre los orígenes de los certificados, vayamos al objeto concreto de este artículo.

La primera tarifa de correo certificado que conozco es la del 12 de julio de 1765; (hablo en primera persona en singular, porque quienes saben más que yo, es posible que pudieran conocer alguna anterior). En esa tarifa se indica que las cartas certificadas en el interior de una provincia deberán pagar 3 reales los primeros 10 adarmes y 6 cuando los superen. En cuanto al resto del reino y para Portugal el importe debían ser 5 y 10 reales respectivamente. Para las misivas de y para los dominios de Indias los costes era, evidentemente, superiores, pero los omitimos porque no son el objeto de este estudio.

Por una instrucción del 26 de agosto de 1784 vemos que la tarifa en ese momento vigente ya era distinta a la de 1765, pero no conocemos la orden por la que se cambió. La carta sencilla en el interior de una provincia pagaba 4 reales y a las demás 7 reales. Por las cartas que he podido examinar esa misma tarifa seguía vigente momento antes de implantarse el uso del sello adhesivo el 1 de enero de 1850.

Debemos señalar que el derecho de certificado era independiente de su porte ordinario y mientras este podía ser pagado por el remitente (carta franca) o por el destinatario, el coste del certificado era obligatorio pagarlo en origen

 

Fig 2.-  Carta certificada con la tarifa correspondiente a una carta sencilla circulada en el interior de la península el año 1850.

Fig 2.- Carta certificada con la tarifa correspondiente a una carta sencilla circulada en el interior de la península el año 1850.

El correo certificado a partir del 1 de enero de 1850

Con la implantación del sello adhesivo como forma de franquear la correspondencia la normativa relativa al correo certificado cambia. Ahora ya no existirá una tarifa a aplicar por el derecho de certificado y otra para el porteo. Ambos importes se unifican en uno solo que, además, habrá de pagarse obligatoriamente en origen y por medio de sellos adhesivos creados específicamente a ese fin. Se trata de los sellos de 5 reales que se aplicarán de la siguiente forma: 1 por cada carta sencilla (hasta ½ onza) y otro por cada fracción de ½ onza de más. Tras la emisión del sello de 10 reales, que se distribuye un poco más tarde([4]), éste era el más indicado para las cartas certificadas dobles.

Notemos que los sellos de 5 reales y 10 reales que fueron especialmente emitidos para la correspondencia certificada, tenían validez para la ordinaria y de hecho fueron habitualmente utilizados para los envíos de alto franqueo por su elevado peso (caso de las plicas judiciales y los registros de embarque). Esa es la causa por la cual una carta con ese tipo de sellos no puede ser por sólo ese motivo certificada.

Los elementos que caracterizan como certificado un envío postal de 1850 so, además de su franqueo:

1.- Trazos de líneas cruzadas en las esquinas. Más tarde veremos también que en tales trazos se sustituyeron en algún caso por “0” (Canarias) e incluso en más raras ocasiones por fechadores.

2.- Número de registro con el que se hacía el correspondiente asiento en el libro especial para certificados que poseía la administración de origen.

3.- Tomas de razón de las administraciones postales por las que se intercambiaba el correo en las que se indicaban dos datos de forma manuscrita: lugar y fecha. Ello permite conocer el itinerario exacto seguido por los certificados de los primeros años, hasta que esas tomas de razón dejan de anotarse para permitir una mayor rapidez en su transporte.([5])

4.- El “Recibí” del destinatario, que normalmente se firmaba al dorso, y que venían a equivaler a las antiguas certificaciones para atestiguar al remitente que su envío había sido entregado al destinatario.

Algunas piezas consideradas como certificados, incluso por Antonio Perpiñá, debemos ponerlas en cuarentena ya que carecen de estos cuatro indicativos. Desde luego que se trata de grandes piezas de historia postal por sus elevados franqueos ([6])

Fig 3.-  “Recibí” al dorso de la carta con la firma del destinatario.

Fig 3.- “Recibí” al dorso de la carta con la firma del destinatario.

La carta en cuestión

No hay ninguna duda de que la carta que reproducimos se trata de un certificado pues reúne todos los requisitos propios de un certificado de la época.

La pieza va dirigida a Gaspar Dotras o Dotres[7]. Una pequeña leyenda manuscrita debajo del sello dice: “En Blanes/ á 23 de junio”. Es la anotación indicativa de que la carta originalmente parte de este pequeño pueblo de la costa, en la provincia de Gerona, que por aquél entonces carecía de administración postal que permitiera su registro como certificado y el matasellos del sello. Todo ello se lleva a cabo en Calella, ya en la ruta hacia Barcelona, que es por donde Blanes entraba y sacaba la correspondencia con destino a Barcelona, aunque en 1855 fuera una cartería dependiente de la administración de San Feliu de Guixols, más al norte, camino de Francia, y por lo tanto en dirección opuesta a Barcelona. Así lo indica el fechador Baeza de Calella del día 24 estampado al lado de un sello de 5 reales anulado con el matasello araña en negro, tal como era preceptivo.

Fig 4.- Itinerario seguido por el certificado en un mapa actual.

Fig 4.- Itinerario seguido por el certificado en un mapa actual.

En las cuatro esquinas se trazaron las citadas líneas cruzadas y, en la parte inferior del frente, figura una anotación también manuscrita que reza “Bª 25 junio/ num 255.” o sea, que la carta entraba en Barcelona (su destino) con el número de registro 255 el día 25 del mismo mes y año.

No es de extrañar que, nada más aparecer en el mercado, haya sido adquirida con gran ilusión por un filatelista, que se ve recompensado con la satisfacción de poseer un rarísimo certificado de correo nacional de 1850 (de los que escasamente se conoce media docena) que, además, es el más antiguo conocido de Cataluña en la época filatélica, y, por si todavía ello fuera poco, es el único certificado de la filatelia española, a lo largo de todo el reinado de Isabel II, con origen en una cartería.

 

 

 

 

Notas

([1]) El Correo Certificado Franqueado con Sellos” por Antonio Perpiñá Sebriá, Madrid, 1989.
([2])  Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, Legajo 467, cuenta 9706, referencia de José Toledo Girau en su obra “Los Correos en la Valencia medieval” (Valencia, 1954).
([3])  Se trata de una carta fechada el 23 de noviembre de 1604 en Valladolid y dirigida a León con la certificación manuscrita por el Correo Mayor de Felipe III Juan de Tassis y Acuña.
([4]) “Enero – marzo de 1850. Los Tres Primeros Meses de Vida del Sello Español”. Discursos Académicos   XII. José M. Sempere. Madrid, 2001.
([5])  A partir del 1 de julio de 1857 por disposición del 12 de junio anterior.
([6]) “El Correo Certificado Franqueado con Sellos” Antonio Perpiñá pag.109. Plica sin fechar y sin indicación de origen dirigida a Pamplona con 7 sellos de 5 reales. Únicamente muestra de forma manuscrita “Numº 3” que pudiera ser una mera anotación de archivo ya que carece de aspas en las esquinas y, lo que es más importante, tomas de razón (al menos la de partida) y del “recibí” del destinatario.
([7])  Gaspar Dotres fue un notable comerciante catalán, natural de Blanes donde había nacido en 1798 que falleció en 1872. Había constituido con Miquel Clavé y Bonaventura Gil Fabra una sociedad dedicada a la fabricación de artículos textiles de seda que liquidó el año 1865. De joven se trasladó a Valencia donde se constituyó uno de los prohombres de la ciudad y abanderado de la naciente burguesía de aquella capital. Fue alcalde de Valencia en 1823 y regidor del mismo ayuntamiento en 1859 y 1860.