Buceando..., Fruslerías — 10 de abril de 2014

Los Cien Mil Hijos de San Luis

por

Buceando en la Historia de la Filatelia 032

Publicado en Revista de Filatelia (febrero 2002)

Luis XVIII, en una intervención engolada, grandilocuente y hasta cursi y ridícula ante las Cámaras manifestaba el 27 de enero de 1823 la decisión oficial francesa de intervenir en la política española invadiendo los territorios al sur de los Pirineos: “Cien mil franceses, bajo el mando de un príncipe de mi familia, por aquel que mi corazón se complace en llamar mi hijo (su sobrino el  duque de Angulema) están preparados para marchar, invocando al Dios de San Luis, para mantener en el trono de España a un nieto de Enrique IV, preservar aquel bello reino de la ruina y reconciliarlo con Francia”. Esta es la razón por la que el ejército francés que invadió España atravesando el Bidasoa el 7 de abril de 1823 pasó a la historia con el nombre de “los Cien mil Hijos de san Luis.

Un apartado interesantísimo de la historia postal española es el que se refiere a la correspondencia de los ejércitos franceses en España en sus varias invasiones de nuestro país: Guerra de Sucesión (1710-1714), Expedición de España (9.ene.1719 – 17.feb.1720), Ejércitos de la Revolución Francesa (1790-1794), Ejércitos de Napoleón (1808-1814) y los Cien mil Hijos de san Luis (1823-1828)

EL CONTENIDO HISTÓRICO DE UNA CARTA

El coleccionismo de historia postal orienta su primer interés hacia las marcas y características postales del documento antes que a su texto interior, pero luego no puede eludir contemplar ese contenido. En muchas ocasiones el interior alberga un valor muy superior a las simples marcas del exterior. Es lo que ocurre con la pieza que reproducimos en esta ocasión gracias a mi amigo Ángel Martínez Agreda, que, además de ser un buen comerciante filatélico es filatelista, quizá esa doble condición (entre otras muchas virtudes) le permita ser un buen profesional. De su colección es esta misiva escrita en Zaragoza tres semanas y un día después de iniciarse la ocupación francesa del territorio español.

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La transcripción, que no es literal para hacer más comprensible su significado al lector actual, dice así:

Al Sr. Marqués de Aliase-Verigny
Coronel del Cuerpo Real de Estado Mayor
Empleado del Mayor General de la Armada

Zaragoza, 29 Abril 1823

 Mi querido amigo: Si es verdad  que el ejército sólo engorda a las ratas, soy un hombre con gran ingenio, pues he conseguido adelgazar mucho en el Cuerpo de Ejército de la roña, como lo llaman nuestros soldados. Sólo somos grandes en los desfiles y para las inspecciones, en las que los soldados nos preguntan si es viernes santo, ya que les obligamos al ayuno.

Los intendentes nos toman el pelo, nos niegan incluso ver los informes sobre la distribución del pan, cuando hay, y sobre los medios que debieran asegurar las distribuciones futuras; a nadie le parece mal que estas buenas gentes nos digan que sólo informan a sus superiores de intendencia. Dan incluso desmentidos formales a los oficiales generales, se niegan a firmar los vales del Cuerpo, lo hacen cuando les parece, tampoco indican los lugares ni las horas de distribución, y se les deja hacer lo que quieren.

Nuestras tropas duermen en el suelo y sin paja, en sacos húmedos y mal abrigados, no tienen madera y se arrastran hasta las puertas de los almacenes desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche, para recibir tan solo una mala e incompleta ración, negándoles complementarla el día siguiente diciendo que los caballos también tienen que comer.

No vivirán mucho tiempo con este régimen,  la prueba está en la gran cantidad de enfermos que tengo desde que llegamos a Zaragoza. Cuando solicito dejarlos en algún sitio, se me contesta que los hospitales no se improvisan. Sin embargo hay un hospicio civil donde podríamos establecer una ambulancia divisionaria provisional, a la espera de poder instalar un hospital. Es lo que he decidido hacer sin tener en cuenta las  observaciones  fuera de lugar del Sr. de Lamarre. Este buen hombre niega a las tropas las distribuciones que el General comandante en jefe les concede, y luego se cabrea cuando se le pregunta si tiene más interés en la compañía de borrachos que en las tropas. Bien sabéis que cuando Júpiter duerme, los dioses subalternos, incluido el mismísimo Hércules, se reparten  la tierra. Nunca se ha hecho más verdad el dicho “Igual brilla la segunda fila, cuando se eclipsa la primera.”.

Nos comportamos como holandeses, nos “rajamos” delante de Ballesteros, como delante del príncipe Carlos, palidecemos delante de malos mapas que no sabemos leer, destruimos nuestras tropas, y dejamos escapar la ocasión de alcanzar a los que corren más rápido que nosotros.

Se me ríen en la cara cuando digo que la guerra en este país sólo consiste en lo que hay debajo del ombligo. Se dice que soy demasiado atrevido, se me amonesta cuando creen que me aventuro, pero terminan por darme la razón cuando digo los efectivos y el emplazamiento del 63 escuadrón de Ballesteros. Soy el capitán de exploradores del Cuerpo de Ejército  y muchas veces por cuenta propia; pero estoy muy bien informado de lo que ocurre delante de mis ojos. He recibido esta noche un espía de Mequinenza, uno de Cariñena, uno de Calatayud, y otro de la Almunia y mandé ayer un hombre a Ayerbe, uno a Urgel, uno a Vich, y otro a Barcelona, rogando a mi jefe de fila que pague a los que van a Cataluña, púes sino estaríamos a ciegas.

Mis tropas están furiosas de que el 23 se me haya impedido cortar el avance de Ballesteros sobre Borja, desviándole por Tarazona. Pero se me acuse de ser muy cabezota, obedezco como un viejo cabo. Sin embargo encuentro paradójico que se pueda conceder audiencia  a Tenientes Generales, en casa de un Teniente General, y que los ayudas de campo de éste,  rompan la nariz a los de estos cuando  les siguen para entrar en el santuario.

Os dejo, para ir a ver los cuarteles. Mis soldaditos son admirables. Solo me faltan tres desde mi salida de (¿Jena?); les quiero como a mis hijos, sin olvidar el refrán de que “quien bien quiere, bien castiga”. Mil amistades a Lalaignac. Un fuerte abrazo.

Observe el lector cómo un texto original nos acerca a los hechos y nos permite palpar la realidad con mucha mayor intensidad que la narración de un historiador. El capitán francés autor de esta carta, cuya firma he sido incapaz de descifrar, con toda mordacidad critica la situación de sus tropas, la ineptitud de los mandos superiores y retrata los momentos que está viviendo en una invasión que, como puede comprobarse, prácticamente no ha encontrado oposición por parte española

Como vemos el autor de la carta confiesa ser el capitán de exploradores del  2º Cuerpo del Ejército francés de los cinco que habían invadido España. Se trataba de un militar profesional y veterano que conocía plenamente el ambiente y lo retrata con toda crudeza no exenta de una ironía que llega hasta el sarcasmo. Textos como este nos acercan a la realidad del momento con una fuerza muy superior a los textos docentes de historia que los estudiosos nos ofrecen muchas veces desde la óptica de un despecho o biblioteca que estereotipa y desdibuja lo que verdaderamente fue aquella realidad.

 FRANCISCO LÓPEZ BALLESTEROS

El tal Ballesteros al que alude el texto del capitán francés, era Francisco López Ballesteros, un personaje singular que parece salido de una novela de aventuras. Fue un militar que de muy joven inició su carrera en la campaña de Andalucía. Al iniciarse la invasión francesa fue encargado de reclutar tropas y la Junta de Sevilla le ascendería a brigadier y mariscal de campo. Más tarde, las Cortes de Cádiz le nombraron teniente general al mando del ejército de Andalucía con el que intervino en la batalla de Bailén. Su azarosa vida no había hecho más que comenzar. Cuando el duque de Wellington asume el mando supremo de los ejércitos se negó a estar bajo su servicio por lo que fue desterrado a Cádiz. Posteriormente, Fernando VII, a su regreso a España, le nombró, en 1815, ministro de la Guerra, porque le creía enemigo del partido liberal; pero  sería declarado sospechoso por los absolutistas y fue depuesto y desterrado a Valladolid.

Al producirse el alzamiento de Riego, Ballesteros se ofreció a Fernando VII para luchar contra los liberales rebeldes, ofrecimiento que fue desechado. Ello le colmó de indignación y, por despecho, se unió al partido liberal que luchaba por restablecer la Constitución de Cádiz de 1812. Es entonces cuando se coloca al frente de los milicianos y echa de Madrid a cuatro batallones de la guardia real, lo que le llevó a verse con el rey tras cuya entrevista Fernando VII aceptó la Constitución de 1812.

Llegamos al momento en el que se produce la invasión de los cien mil hijos de san Luis al mando del duque de Angulema, El gobierno concede a nuestro personaje el mando del ejército que debe oponerse al ejército invasor, pero Ballesteros capitula y firma un convenio con el general francés Molitor en el que reconocía el nuevo régimen y se obligaba a entregar las plazas que estaban a su mando. Todavía Riego, que no había aceptado aquel documento le ofreció un mando militar que Ballesteros no aceptó; pero eso no impidió que, cuando Fernando VII anuló todos los actos del gobierno liberal el 1 de octubre de 1823, le condenara a muerte. El duque de Angulema intervino en su ayuda y Ballesteros logró huir embarcándose en un buque inglés. Ya no regresaría a España y en París, el año 1833, murió en el olvido de todos.

LA MARCA “ARM. D’ESPAGNE/2 ME CORPS”

Como puede verse en la reproducción, la carta lleva estampada una marca en negro que identifica el origen de la misiva.

Ya hemos citado antes que el ejército francés de los Cien mil Hijos de san Luis estaba compuesto por cinco cuerpos de ejército, así pues, se conocen cinco marcas distintas correspondientes a cada una de ellos numeradas del 1 al 5. Las cinco son de una rareza más o menos parecida, aunque las correspondientes al 3er y 4º cuerpo de ejército son algo más escasas.

Cada una de esas marcas generales tenían su correspondiente marca para las cartas que habían pagado los portes en origen y que se caracterizan por comenzar por las iniciales “P.P.” (port payé), sin embargo de este  tipo de marcas yo sólo he visto la perteneciente al primer cuerpo de ejército.

Así mismo para las cartas reexpedidas devueltas existen las correspondientes marcas iguales a las cinco generales pero con las iniciales “DEB.” (debourse). Se conocen las cinco y todas son de extraordinaria rareza.

Sería bueno que, después de clasificar las cartas de nuestra colección en función de sus características postales que vienen determinadas por las marcas e inscripciones exteriores, nos entretuviéramos en leer sus textos interiores, seguro que en algún caso nos sorprenderá el interés de su contenido.