La huella del falsificador, La voz del experto — 8 de noviembre de 2016

Peor que una falsificación

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La huella del falsificador 43

En el nº 36 de esta serie estudiamos una prueba falsa del 6 cuartos de 1850. Se trataba de una pieza que el catálogo Gálvez citaba como auténtica pero que no había aparecido en el mercado, por lo que hasta sólo hace unos años pudo examinarse y comprobar que se trataba de un fraude.

Hoy nos referiremos a otra pieza ofertada también como prueba (en este caso de «diseño»).

Concepto de falsificación

Calificar un objeto como falso presupone que, de alguna manera, se ofrece o presenta como si se tratara de una pieza auténtica. Muchas veces lo que se pretende es un lucro económico ilícito, pero en otras ocasiones es fruto de la ignorancia. Si se sabe que la naturaleza no es auténtica, no fue producida con objetivos fraudulentos y no se pretende engañar, en lugar de falsificación o falso suelen utilizarse otros términos (copia, reproducción, duplicado, imitación, dibujo, esbozo, etc.)

Estamos habituados a considerar los sellos falsos como los fabricados o impresos con la intención, directa o indirecta, de engañar al filatelista. Ejemplo del falsificador con una actividad directamente orientada al engaño fue Jean de Sperati hasta que fue desenmascarado por la Justicia francesa. En otros casos los sellos se fabrican y ofrecen como reproducciones, a sabiendas de que un gran número de compradores las comercializarán como si fueran ejemplares auténticos; en realidad esa primera venta como facsímiles sólo es una coartada frente posibles acusaciones y sanciones penales; por ello, en el mundo de la filatelia existe unanimidad en calificar a sus autores comofalsificadores (por ejemplo Fournier o Seguí) .

En el artículo «La huella del falsificador 42»  tratamos de «Las falsificaciones de las que no se habla», en referencia a aquellas piezas que, siendo originales en su origen y sin haber sido alteradas en ninguna de sus características, se venden como si fueran una pieza de otra naturaleza. En ese artículo exponíamos unas pruebas vendidas como sellos «no expendidos o no emitidos».

Hoy vamos a contemplar otro caso en cierto sentido semejante. No lo traemos a colación porque sea un ejemplar en sí mismo importante, sino porque nos sirve para resaltar algunos aspectos del comportamiento del comerciante y el coleccionista .

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Entre la estupidez, la ignorancia y la falta de ética

En el catálogo de una subasta de cuyo nombre no quiero acordarme, del año 2010 figuraba el lote nº 24 descrito como Edifil nº 1p – 6 CUARTOS. Prueba de diseño. Bonita y rara. Tenía una puja inicial de 100€. (ver figura [la calidad es deficiente porque la imagen está obtenida del catálogo de la subasta y no del original]). El disparate es inmenso al confundir el esbozo de un sello impreso sobre pequeñas cartulinas para que el coleccionista pueda marcar las características de un determinado sello (posición en el bloque reporte, variedades de impresión, etc.) con una prueba:

1.- El catálogo Edifil, teóricamente, no incluye pruebas y, en consecuencia,l no existe ningún «1p» referido a prueba alguna de ningún tipo. Como explica el propio catálogo, la letra minúscula «p» detrás del número significa variedad de papel.

2.- Una prueba auténtica del 6 cuartos de 1850, fuere cual fuese su naturaleza, estado y calidad tendría una valoración altísima; nada que ver con esos 100 € de la puja inicial. Y de eso nos puede dar testimonio el poseedor de la única prueba auténtica conocida (un primer reporte).

3.- Cualquier coleccionista sabe que para destacar los signos de identificación de las diferentes posiciones de los sellos en un mismo reporte u otras variedades o errores, se han utilizado con frecuencia pequeñas cartulinas con un esbozo esquemático del sello donde el estudioso señala las marcas correspondiente. Y en este caso, efectivamente, las marcas en rojo coinciden con las que señala Guezala para la posición 24 de la que erróneamente se denominaba plancha I.

Semejante error, es difícil de entender si los lotes de una subasta los describe alguien con un mínimo de conocimientos de filatelia. Pero, llevando la benevolencia a su máxima expresión, concedamos la posibilidad de que hubiese sido un despiste mayúsculo. Al fin y al cabo, todos hemos metido la pata más de una vez y, a veces, de forma inexplicable.

Sin embargo esa interpretación se hunde al contemplar en 2014, en otra subasta de la misma empresa, ofrecer esa pieza con idéntica descripción, aunque rebajando ahora su puja inicial de 100 a 40 €. ¿Otro despiste? ¿Nadie advirtió al subastador del desatino?

En 2015 se vuelve a subastar con la misma descripción: «prueba de diseño. Bonita y rara.»

Este verano la vemos de nuevo incluida en otro remate (lote nº 2 de la venta) con idéntica descripción y precio.

No dispongo de todas las subastas que ha organizado esa firma en la última década, por lo cual ignoro si se la ha ofertado más veces; pero cuatro son más que suficientes para sacar algunas conclusiones.

Este no es un caso normal, se trata de algo extremo en el que a pesar de sus reiterados intentos de venta el comerciante no logró sus objetivos. En esta ocasión parece que no ha existido ningún coleccionista que supere en ignorancia al comerciante.

Puede parecer un hecho aislado y, por lo burdo, seguramente lo sea; pero si echamos un vistazo a los más populares portales de venta en Internet encontraremos muchas ofertas-trampa: piezas falsas, reparadas, defectuosas etc, descritas como auténticas y en buen estado. Algunas llevan colgadas varios años a la espera de que un ingenuo las adquiera creyendo haber conseguido una ganga.

El vendedor quizá no tenga la voluntad deliberada de estafar cuando ofrece una pieza falsa; pero entonces se le puede criticar la comisión de un error, o incluso carente de la debida formación profesional y hasta de inepto. No obstante, cuando el coleccionista no se obceca por adquirir una presunta ganga y actúa con la inteligencia de sus conocimientos o la de los expertos a quienes debiera consultar, se librará de adquirir gato por liebre.

Como no existen corruptos sin corruptores, no habría fraudes filatélicos sin la voracidad coleccionista por la pieza singular o el precio excepcional.