María Soledad Soto Antón (14 dic.1935 – 27 nov. 2014)
Según una crónica de Juan Francisco Rojo para Radio Palencia la Asociación de Vecinos de San Pablo y Santa Marina de pide que se dedique una calle del barrio a Soledad Soto. Pero ¿quién es esta mujer para merecer semejante reconocimiento? Porque nunca ocupó cargos políticos, ni fue una personalidad del mundo de la ciencia, la cultura o las artes, que suelen ser los méritos de aquellos a los que se les da el nombre de calles y plazas.
Germán García Ferreras escribía en La Gaceta de Castilla y Leon de junio de 2011 que Soledad era una jubilada simpática, con la obsesión de agradar a quien la rodea y con quienes tenga que encontrarse en el camino de la vida.
Nació en el seno de una humilde familia pocos meses antes del comienzo de la terrible guerra que castigó a España. Son fácilmente comprensibles las estrecheces por las que transitó su infancia. Contaba unos cuatro años de edad cuando empezó a colaborar en la economía familiar vendiendo lechugas en la puerta de su casa mientras su madre acudía al Canal de Castilla a lavar la ropa de los vecinos. Pudo estudiar hasta los 14 años en un colegio de Burgos y posteriormente marchó a Bilbao donde trabajó como auxiliar de enfermería en el despacho de un médico.
Mujer de hondas convicciones religiosas se había casado, pero no lograba quedar embarazada, por lo que acudió en peregrinación al Santuario de Aleonada, en Ampudia, a pedirle ese favor a la Virgen. Al cabo de un mes quedó en cinta de su primer hijo al que daría el mismo nombre del padre; luego llegarían tres hijas, Marisol, Concha y Marga. Soledad tenía la absoluta certeza de que su maternidad fue un don especial de Dios concedido por medio de la Virgen. No es de extrañar por ello que profesara toda su vida una gran devoción a la Virgen de la Soledad, la Milagrosa y Nuestra Señora de Aleonada,
Ramón, su marido, falleció unos años antes que ella, pero para mantener su presencia , familia se reunía cada año el día del Padre en torno a una mesa que presidía la silla vacía para él reservada, con la confianza de que desde la otra vida Ramón seguía con ella y con sus hijos.
La década de los 80 fue una etapa difícil. Contra la voluntad de su marido decidió trabajar para poder cubrir las necesidades económicas de la familia. Alentada por su afición a la filatelia, montó una mesa en el mercadillo dominical del la Plaza Mayor de Palencia. Una semana si, otra no, viajaba en el primer tren de la mañana a Madrid a fin de reponer las existencias que necesitaba y poder llegar a la hora de la comida a casa. El buen hacer le dio fuerzas para establecer tienda en un local muy pequeño, detrás del ayuntamiento, junto a la la capilla de la Virgen de la Soledad y la que fuera la Panadería de San Francisco.
Ante tan reducido espacio hubo que trasladarse a la tienda que actualmente sigue regentando su hija en la Plaza de Cervantes nº 4.
Su lema era ser feliz para hacer felices a los demás. Una muestra de su incansable actividad es que cuando contaba con 74 años, estando ya jubilada, comenzó con la ilusión de una joven un curso de informática que impartía la Junta autonómica.
Por su vitalidad y dinamismo, por su permanente ilusión y alegría, por un quehacer abnegado en favor de los demás, logró la fidelidad de sus clientes y el cariño de todo el bario convirtiéndose en su referente, por ello la Asociación de Vecinos de San Pablo y Santa Marina, en declaraciones de su presidenta Belén Fernández, pedirá al Ayuntamiento que se dé el nombre de Soledad a un callejón del barrio donde se ubicó la Academia Edén. Es el cariño que quieren expresar los vecinos a Soledad.
Soledad cumplió con sus deseos. Según sus palabras, quería dejar sembrado de flores y alegría el camino por el que pasó, al revés del suelo arrasado tras el paso del caballo de Atila.
Con frecuencia cometemos el error de buscar el ejemplo a seguir mirando a las alturas. En la virtud de los sencillos debiera estar el modelo de nuestras vidas.