Buceando..., Fruslerías — 11 de junio de 2014

¿Por qué existen falsificadores de sellos?

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Buceando en la Historia de la Filatelia 044

Publicado en Revista de Filatelia (octubre 2003)

El mundo no está en peligro
por las malas personas sino por
aquellas que permiten la maldad.
Albert Einstein

 

Ahora hace cien años, concretamente el mes de junio de 1903 la barcelonesa revista El Filatélico Español reproducía un artículo de L’Annonce Timbrologique que decía:

«El hijo de un negociante de la calle de l’Etuve, en Bruselas, compró en casa de un comerciante de sellos un 5 francos brun de Bélgica del año 1878 por el precio de 12,50 francos. Hojeando días pasados su colección, tuvo dudas sobre la autenticidad de dicho sello, y al efecto lo hizo examinar por un experto, quién declaró que el sello era falso.

Como era natural, presentó una denuncia a la policía, y el oficial de este instituto Mr. Geerts, fue el encargado de hacer las averiguaciones que dieron por resultado el hallazgo del falsificador. Este es un obrero de 20 años de edad, llamado Henri Troch, habitante en la calle de Merode a Saint-Gille, el cual los vendía unas veces como falsos y otras como auténticos…

Estos sellos están tan perfectamente imitados, que muchos expertos no se han determinado a declarar que son falsos».

Que en cualquier sector de la sociedad aparezcan de vez en cuando delincuentes, defraudadores, falsificadores, estafadores, tramposos, etc. no es algo que debiera extrañar. Es normal, por desgracia, que surjan entre una multitud sana, elementos enfermos. Entra en los cauces de lo lógico, descubrir que existen individuos que no respeten los derechos de los demás e intenten y busquen su beneficio propios a costa de cualquier cosa y utilizando cualquier medio, aunque sea con una conducta delictiva que les lleve a robar, engañar o estafar. Ese es un cáncer que padecemos en todas los ámbitos profesionales, no es una exclusiva de la filatelia.

Figura 1.- El conocido falsificador Jean Sperati que acabó dando con sus huesos en la cárcel

Figura 1.- El conocido falsificador Jean Sperati que acabó dando con sus huesos en la cárcel

Lo que ya no debemos considerar en absoluto lógico es que esos individuos campen a sus anchas sin que la sociedad actúe contra ellos aplicando las leyes con todo su rigor.

Figura 2 - Marca con la que Sperati calificaba sus falsificaciones como "obras de arte"

Figura 2. Sperati calificaba sus falsificaciones como «obras de arte» con esta marca.

Más de uno se pregunta cómo puede ser que ese tipo de personajes esté ahí, al acecho de un infeliz inocente al que engañar. La causa principal que explica su existencia es sólo una: la complicidad de muchos inocentes que, precisamente, por ser cómplices, no son tan inocentes.

El articulista del periódico de hace un siglo considera «como natural» que se denunciase el delito (algo que dicho sea de paso sirvió para detener al delincuente y que cesara su actividad fraudulenta). Pero no es ese el pensamiento de algunos de los que, por su relevancia en el mercado, deberían luchar con decisión contra el fraude.

Comerciantes sin escrúpulos

Hace pocos años, un comerciante español, que carece de establecimiento abierto al público para ejercer sus actividades clandestinas con mayor libertad, decidió ganar un dinero fácil falsificando una pieza de historia postal. Tomó una carta de época circulada sin sellos y le adhirió un ejemplar cuyo matasellos quedaba casi por entero encima del sello. Sólo le faltaba darle un pequeño toque de color para que una puntita de la marca pareciera estar impresa sobre el papel de la carta. Denunciado por tratarse de un montaje muy reciente (ya que el sello suelto lo había vendido poco antes otro comerciante de Barcelona) fue condenado por tentativa de estafa (la estafa no pudo consumarse porque el comerciante que debía vender la carta la llevó a examinar al experto).

En ese caso, al igual que sucediera unos meses más tarde respecto a otro conocido tramposo, nos reunimos unos cuanto comerciantes para tratar de tomar medidas. Una de ellas era la cerrar las puertas de nuestra actividad comercial a semejantes defraudadores. El acuerdo se vino al traste cuando un comerciante dijo que no estaba dispuesto a ello porque, junto a lo malo, «también le compro, a veces, cosas buenas y originales».

Si por un lucro marginal un comerciante es incapaz de actuar contra un falsificador, es que carece de escrúpulos y se convierte, de alguna forma, en su cómplice.

Coleccionistas «espabilados»

Más de una vez he recibido la visita de clientes que han comprado «gangas» en los lugares más insólitos. Lógicamente lejos de comercios serios. La última vez que me vino un cliente para enseñarme un Canarias sin número (Edifil 1083) que había conseguido al precio del Canarias aéreo con número (Edifil 1090), ya le adelanté que no hacía falta que me lo mostrara porque sería, como así resultó ser, más falso que Judas. Pero, además, deberíamos preguntarnos: ¿el comprador no era también culpable intentado engañar al vendedor adquiriendo un sello por otro?

Mi madre me decía: «recuerda siempre, hijo, que el dinero del ruin va dos veces a la compra«. Efectivamente la compra efectuada con ruindad suele ser inútil y precisa efectuarse de nuevo.

Un coleccionista avezado, en cierta ocasión, me mostró una magnífica pieza de historia postal con un franqueo excepcional. Era, por sus características, única. Al examinarla me surgieron serias dudas. Se lo comuniqué y el me respondió que la había adquirido a alguien que la había sacado, junto con otras, directamente de un archivo que nadie antes había manipulado. Todo ese argumento se fue al garete cuando hallamos la fotografía de la pareja de sellos que franqueaba la pieza aislada antes de que el falsificador elaborara el montaje pegándola sobre la carta supuestamente original.

Mi amigo se vio engañado, pero no pasó nada. Muchas veces estos temas no van más allá por el absurdo sentimiento de ridículo que al coleccionista (o al comerciante) les produce confesar que han sido engañados.

Dirigentes cobardes

En una reunión de «importantes» personajes de la filatelia surgió el comentario de que había tres individuos en España sumamente peligrosos porque eran la fuente de la mayor parte de fraudes que se cometían. Un destacado dirigente de los coleccionistas afirmó inmediatamente que  efectivamente era así; y citó con nombre y apellidos a los tres sujetos. Todos los presentes afirmamos su acierto, sin embargo ¿conocen Vds. a muchas sociedades de coleccionistas filatélicos que hayan interpuesto acciones de algún tipo contra esos individuos?

Pero los comerciantes también debemos sentirnos culpables de la misma pasividad. Al presidente de una asociación profesional, le interpelé en más de una ocasión por qué no se actuaba contra un comerciante condenado por los tribunales de justicia por estafa abriéndole el correspondiente expediente, para, en su caso, expulsarle de la asociación. Nunca conseguí nada.

Los dirigentes suelen rehuir temas y actuaciones conflictivas. Buscan objetivos fáciles y, cobardemente, huyen de situaciones en las que se requiere coraje, decisión y valentía por que, dice, «eso no es político».

Las «lavandeiras» de Portugal

Hace un tiempo, cuando trabajaba en Portugal, la vista de un antiguo lavadero público en un rincón de Oporto, (muestra de un tiempo que se nos antoja remoto y que sin embargo no es tan lejano) me traía a la mente una canción muy popular en los años de mi niñez. Una cancioncilla que se refería a «las lavanderas de Portugal, muchachitas encantadoras..)

Fig. 1 -  "El Coleccionista de Sellos" (octubre de 1903) denunciando el lavado de sellos

Fig. 3 – «El Coleccionista de Sellos» (octubre de 1903) denunciando el lavado de sellos

Los tiempos cambian. Con los tiempos, también se tornan diferentes todas las cosas.

Recibimos en la tienda de Oporto, la visita de una nueva «lavandera». No era ya tan «muchachita» y desde luego no me pareció nada encantadora, particularmente por el servicio de lavandería que venía ofreciendo por los comercios filatélicos de este país; (si primero visitó los comercios de Oporto, más tarde haría lo mismo por los de Lisboa y, es de suponer por otros lugares). Tampoco resultó ser portuguesa si no una francesa que acababa de trasladarse a residir en una pequeña población lusa. El trío de marras (ella, su padre y su hermano) ofrecían una lista de precios para los servicios de limpiar, lavar cartas y reengomar sellos y se anunciaban con una «capacidad de producción» de 5.000 sellos mensuales.

Esa actividad no puede calificarse, por sí misma, de delictiva. Lo malo es que la mayoría de los que utilizan sus servicios venden posteriormente como perfectas las piezas que han sido manipuladas. El reengomador se torna cómplice y como tal culpable, cuando se niega a marquillar con un signo identificativo de forma indeleble los sellos por él manipulados y, de esa forma, se evite el engaño a coleccionistas que compran las piezas creyendo que son íntegramente originales cuando, por el contrario, tienen la goma falsa.

Un ejemplo fragrante de estupidez

Si la sociedad invierte el orden natural de los valores, se pueden conseguir extraordinarios ejemplos de estupidez. Sólo en el momento en el que la técnica se valora por encima de la ética podemos comprender que se considere a un falsificador como un artista.

Es cierto que la técnica que utilizó Jean Sperati para falsificar sellos fue extraordinariamente eficaz. Logró ejemplares falsos que engañaron, en un principio, a los mejores expertos del momento. Pero ¿justifica ello que se autocalificara como «artista»? Peor aún ¿tiene alguna lógica que así lo puedan considerar algunos filatelistas?

Pensándolo seriamente, ¿no es una soberana estupidez que se le hayan llegado a hacer homenajes? (Incluso el Correo Español hace ya años llegó a concederle un matasellos especial con el incomprensible entusiasmo del que entonces fuera su secretario general y a instancias de un determinado grupo de comerciantes)

Resulta inaudito ver cómo las víctimas del delincuente festejan su «brillante capacidad como estafador». Sperati, digámoslo claramente, fue un delincuente, condenado por la justicia francesa, y, que por los daños causados a muchos coleccionistas y a la filatelia en general, merece todo nuestro desprecio

La solución

Quien esconde la cabeza para no ver estas realidades está ciego y nada podemos esperar de él. Quien no va más allá de los lamentos por los males que puedan acontecer, termina por ver como un mal generalizado lo que sólo es una realidad en la actualidad limitada a una parcela del coleccionismo. Esos individuos son necios que únicamente merecen verse ahogados por los lloros sobre sus desgracias.

Una actitud generalizada de denuncia del fraude es la solución que debe aplicarse.

Cuando pertenecía a la Junta del Gremio de Filatelia recuerdo haber arbitrado con otros miembros de la Directiva en denuncias que recibimos por venta de sellos falsos a coleccionistas. En concreto recuerdo que logramos en dos ocasiones que el importe de la venta de sellos falsos del aéreo de Canarias sin numeración fuera restituido al comprador. Un policía me insistía en lo importante de efectuar las denuncias aunque, como yo le advertía, careciéramos de pruebas concluyentes. Su contestación fue tajante: «Vd. no se preocupe de las pruebas, eso es algo que hemos de reunir nosotros y que valorará el juez, y los jueces, que no son tontos, saben también valorar las reiteradas denuncias que se producen por personas que no tienen ninguna conexión entre ellas y que coinciden en un mismo personaje denunciado»

Hagámoslo antes de que sea demasiado tarde. Al enfermo es mucho más fácil curarle aplicando el remedio en las primeras fases de su enfermedad, que pretender sanarle cuando la enfermedad ya está avanzada o en fase terminal.

Seguramente casi todos los filatelistas, cuando menos en su fuero interno, estarán de acuerdo con esta forma de pensar. Sin embargo, también es cierto que muchos no se atreverán a afirmarlo en público y actuar en consecuencia. Otros están atados de pies y manos porque se han prostituido con el comercio de sellos manipulados. Es misión de quienes mantienen su independencia y tienen las manos libres, por tenerlas limpias, defender la salud del mercado filatélico, ya sea desde el área del coleccionismo o desde el sector profesional.

Si todos actuáramos como «el hijo del negociante belga» de hace un siglo y como cosa «natural», denunciáramos todo acto fraudulento, otro gallo nos cantara. Lástima que muchos, ya sea por cobardía, ya sea por connivencia o complicidad, se amparan en la excusa de una falsa prudencia que evite el «escándalo», para callar y por su pasividad seguir dando alas a los defraudadores,