Bibliografía, Publicaciones periódicas — 12 de abril de 2017

Precisar para no confundir

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            Quienes nos prodigamos escribiendo, en especial si tratamos de muchos temas diferentes, corremos el riesgo de ser imprecisos e incluso cometer errores que no tendrían mayor importancia si no fuera porque contribuyen a aumentar la confusión sobre conceptos ya de por sí poco esclarecidos.

En la revista El Eco Filatélico y Numismático del pasado mes de marzo Jesús Sitjà aportaba una nueva colaboración bajo el título España: Los Primeros basada en una de sus interesantes colecciones de historia postal. Con independencia de su más que discutible interpretación del tema central del artículo (que espero poder comentar en otro momento) ahora me quiero referir a siete puntos del siguiente y breve fragmento:

“…vamos a intentar imaginarnos (1) cómo era el correo en el siglo XV:
En Barcelona existían los llamados correus de la ciutat, los de la Casa Real, los de la Generalitat y los de los municipios, (2) sin relación entre sí (CAMPINS 1951: 53-62) y estaban englobados en el gremio de Correos. (3)
Pero lo más extendido eran los hostes de correos (CAMPINS 1951: 46). (4) Estos eran generalmente los dueños de unos hostales donde se recibía la correspondencia y la despachaban mediante sus correos o troters a sus destinatarios. (5) La función de estos hostes era parecida, salvando las distancias, a las estafetas de correos del siglo XVIII (CAMPINS 1951: 47). ¿Es posible que se indicara en el anverso de la envuelta el valor que ha costado transportar la carta? Podría ser. (6) En este caso el coste podría ser igual o diferente al valor del porte fijo establecido para llevar una carta a un determinado destinatario.” (7)

            (1) El verbo IMAGINAR se conjuga mal en trabajos que deben ajustarse a criterios científicos. Sorprende ver últimamente en el ámbito de la filatelia española autores que se declaran investigadores de la historia postal, en cuyos escritos la imaginación ocupa un lugar preferente. Debería ser precisamente lo contrario. Un estudio riguroso debe eludir toda clase de elucubraciones, ha de eliminar supuestos no probados y centrarse al máximo en realidades contrastadas.

 No es aceptable cubrir con intuición e imaginaciones lo que por la ciencia o los datos históricos ignoramos.

            (2) La Diputación General (Generalidad o Generalitat en catalán) tenía sus propios correos como bien dice Sitjà. Pero sobre las otras clases de correos hay que hacer algunas observaciones:

a) Correos de la ciudad. En esa época (siglo XV) en Barcelona no existen por un lado los correos de la ciudad y los correos de los municipios (sic) por otro. Los de la ciudad eran los correos municipales de Barcelona que estaban bajo la autoridad de los concellers (miembros del Consell de Cent o Consejo de la ciudad) y por entonces con casa propia.
b) Correos reales. En cuanto a “los de la Casa Real”, como los denomina Sitjà, los correos reales formaban parte de la curia regia y en consecuencia se hallaban en la corte. No se les puede ubicar en Barcelona, donde sólo estaban ocasionalmente, ya fuera porque el rey había enviado un mensajero a la Ciudad Condal o porque el propio monarca se hubiera desplazado a Barcelona en un momento determinado.

Escarcela del siglo XV. Bolsa en la que se llevaban las cartas y que dio nombre a este sistema postal

Escarcela del siglo XV. Bolsa en la que se llevaban las cartas y que dio nombre a este sistema postal

c) Correos adscritos a los hostes de correos. No menciona a los correos que ejercían su actividad independientemente, pero seguramente porque los incluye erróneamente como correus de la ciutat. Estos correos fueron adscribiéndose a los diversos hostales de la ciudad y posteriormente, tanto hostes como correos, formaron la Cofradía de Correos de Marcús.
A diferencia de los pertenecientes a otras corporaciones, estos correos podían ser contratados por cualquier particular a través del hoste de correos (hostaler) para el que prestaban sus servicios.
d) Correos del Consulado del Mar. Olvida la existencia de los correos pertenecientes a una institución tan importante en la historia del Reino de Aragón como el Consulado del Mar de Barcelona.
e) Escarcela Catalana. También parece desconocer su existencia, aún cuando su establecimiento por los mercaderes catalanes de Brujas, situó a Barcelona como el eje de máxima importancia en la comunicación postal mercantil de Europa los siglos XIV y XV en competencia con otras escarcelas, sobre todo la florentina.

            (3)Sin relación entre sí y estaban englobados en el gremio de Correos”. Es evidente que, o lo uno o lo otro. Es contradictorio afirmar ambas cosas a la vez ya que, si hubiesen pertenecido a un mismo gremio, tendrían relación entre sí. La realidad es que ese gremio como tal, es decir como organización profesional, no existió, sino que la asociación fue una cofradía cuyos fines eran de naturaleza religiosa y asistencial.

            (4) “Pero lo más extendido eran los hostes de correos”. Eso, por supuesto, no fue así. De cada hoste dependían varios correos. Del propio concepto de hoste de correos se desprende necesariamente que el número de correos era superior al de hostes.

            (5)  La prioridad era la contraria. La misión primera de los hostes no fue recibir y despachar la correspondencia, sino administrar la actividad los correos. Como consecuencia de esa actividad acabaron aceptando cartas de particulares para su envío a destinos al alcance de sus posibilidades.

            (6) “Coste y porte”. Para formular una hipótesis es preciso apoyarse en algún dato objetivo, no basta la mera suposición de una mente imaginativa. Desde luego, aunque fuera posible, no parece lo más lógico encontrar anotaciones de los portes de su transporte en las cartas de esa época, por cuanto lo habitual entonces era contratar el viaje del correo o mensajero para llevar las cartas.

             Además, una de las disposiciones postales dictadas por los concellers de Barcelona en 1444 especifica: “ningún hoste de correos se atreva a escribir o mandar escribir en el dorso de las cartas, que sea entregada cantidad alguna al correo, sino mediante licencia o voluntad del remitente” lo cual da a entender que cualquier pago que hubiese de hacer el destinatario por el transporte de la carta se habría de anotar al dorso y no en el anverso como especula Sitjà.

             Y en este punto no da la más mínima explicación por la cual supone que porte y coste son conceptos relativos al transporte de la carta en vez de referirse a otra cosa. Ese ya fue en su día un clamoroso error del académico Fernando Alonso en su libro sobre el archivo de correspondencia de Simón Ruiz

            (7) Es del todo osado afirmar la existencia de una tarifa de portes en el siglo XV cuando no existe indicio ni elemento alguno en cual se pueda sustentar semejante ocurrencia. Pero es aún más imaginativo y carente de fundamento creer que, además, esa tarifa se alteraba aplicando un importe (coste) distinto, sin ni siquiera sugerir causa alguna para justificarlo.

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            De lo expuesto es fácil colegir el riesgo de generar desconcierto y equívocos cuando escribimos sin ofrecer una razonable certeza de las afirmaciones, cuando argumentamos a partir de meras suposiciones, si interpretamos erróneamente o desconocemos conceptos básicos, o utilizamos citas fuera de contexto e ignoramos a las más consagradas autoridades en la materia.

            Y peores son las consecuencias si quienes incurren en semejantes dislates son dirigentes de instituciones supuestamente punteras de la filatelia española.