Fruslerías, Otras zarandajas — 31 de diciembre de 2014

Teotista

por

Publicado en La Moda Elegante, (año XXXII nº 4)
Madrid 30 de enero de 1873 

 

Cabecera de La Moda Elegante

No hace mucho tiempo, por la época en que la afición á coleccionar sellos acababa de nacer y llegaba a su mayor apogeo, y algunos sabios, para ocultar  bajo un nombre bajo un nombre científico tan pueril como inocente manía, inventaban los de filatelia y timbrología, apareció en el estadio de la prensa un nuevo periódico que tenía la pretensión de eclipsar las glorias de El Indicador de los sellos y El Coleccionista, que tan efímera existencia tuvieron entre nosotros y las de Le Timbre-Poste, The Stamp Collector’s Magazine, The Philatelial Journal, The Philatelist, Deutsche Briefmarken Zeitung, y otras publicaciones, que tienen aún en el extranjero vida robusta y próspera.

Llamábase el mencionado periódico El Monitor Filatélico y sólo vió la luz el primer número, del que, a pesar  de la erudición con que estaba escrito y de las noticias sobremanera curiosas que contenía, sólo se vendieron unos doce ejemplares.

Pero, por más breve y fugaz no hubiera sido la aparición de El Monitor Filatélíco, produjo un efecto trascendental y no previsto.

Llamaba por entonces la atención en Madrid una joven llamada Teotista, hija de un general, que tenía su cuartel desde la terminación de la guerra civil de los siete años, en una capital de provincia, y al que un pleito de gran importancia había traído á Madrid hacia bastantes meses y parecía deber retenerle aquí algunos años. Emparentado el general con algunas familias de la aristocracia y gozando de una fortuna considerable había presentado á su hija en los más distinguidos salones, y también solía verse a entrambos en la Fuente Castellana en una elegante berlina y en el teatro Real en un palco de platea de la izquierda.

La notable belleza de Teotista y su dote, que debía ser importante, no dejaron de llevar alrededor de la joven un enjambre de pollos, enamorados unos de los lindos ojos de ella y los otros de las peluconas del general. En los salones, en el paseo, en los teatros, se vio asediada por toda la juventud dorada, como dicen los franceses ; pero la glacial indiferencia que á todos demostró Teotisla alejó bien pronto a la mayoría de los importunos, y los que se obstinaban en abrumarlacon sus galanterías, perdieron el tiempo y acabaron por desfilar uno tras otro, hasta desaparecer por completo.

Desde entonces solía conocérsela con el nombre de La Insensible, y ninguno se atrevió á molestarla con sus obsequios.

Algunos, sin embargo, habiéndose visto desairados en sus pretensiones y queriendo explicarse de algún modo tan cruel descalabro, buscaron la causa que podía motivarle, y al cabo lograron encontrarla, Teotista era aficionada á coleccionar sellos de correo, y esta afición había llegado a convertirse en ella en una verdadera manía, su colección era ya numerosa y se contaban en ella los sellos más raros y difíciles de hallar.

El catálogo ilustrado de Maury y los más extensos y concienzudos de Moens, eran familiares á la joven, que conocía además perfectamente los curiosos escritos sobre la materia del Dr. Magnus, Overy Tailor, Mahé, Dudley Atlee, Lesley, Pemberton, y demás filatelistas y timbrólogos conocidos. Los timbres de los países más remotos, los specimen más raros, las pruebas más desconocidas, hasta las falsificaciones, figuraban en su álbum, que era un verdadero museo.

Ilustracion de 1873 La Moda EleganteIgnoro por qué rara casualidad uno de los doce ejemplares de El Monitor Filatélico, que habían sido vendidos, fue a parar a manos de la joven. Después del obligado programa, contenía el periódico la descripción y facsímiles de los sellos de las principales naciones, tomados del catálogo prix-courant de Moens, y terminaba con la sección de variedades en que se describían punto por punto algunos sellos recién emitidos e ignorados.

Poseía ya Teotista todos, los que en esta última sección se relacionaban y los que aún no ocupaban una casilla en su álbum, en breve debía recibirlos, pues le había sido anunciada su remisión por los principales vendedores de sellos de París, Londres y Bruselas, con quienes se hallaba en correspondencia y tenia cuenta abierta.

Solamente entre tantos timbres faltaba a la joven uno en cuya descripción parecía complacerse El Monitor Filatélico; tanta era la minuciosidad con que describía sus menores detalles de color, dibujo, filigrana, etc. Y no sólo carecía el álbum de Teotista de aquel precioso ejemplar, desconocido también hasta del mismo Moens, sino que ni aun conocía el nombre del país en que había sido emitido, y que en vano trató de buscar en la geografía de Malte-Brun.

Escribió á los vendedores de sellos más principales, pero ninguno pudo enviarle aquel precioso timbre, cuya existencia nadie sospechaba y que ningún filatelista ni timbrólogo había visto jamás en el sobre de una carta ni adherido á la casilla de un álbum.

Preguntó á algunos marinos amigos del general, por el país de extraño nombre y estrambótica ortografía, de donde era aquel nunca visto sello, al decir del famoso Monitor, y tampoco aquellos marinos, que en sus viajes habían recorrido el mundo todo, pudieron darle noticias de la nación de que se trataba.

Todo esto hubiera hecho desistir á cualquiera del deseo de poseer aquel imaginario y fabuloso sello de un país no menos fabuloso é imaginario; pero cuando una idea fija se apodera del pensamiento de un filatelista ó de un coleccionista cualquiera, no cede tan fácilmente el campo ante las sugestiones de la razón. Teotista no pensaba en otra cosa que en el dichoso sello, soñaba con él todas las noches, en vano el general la llevaba á todos los bailes, al teatro Real, á los estrenos de los del Circo y del Príncipe; todo aburría á la joven, que cada vez se hallaba más preocupada con aquella idea fija, que llegó á debilitar su salud hasta el extremo de que el general se alarmó seriamente y mandó llamar uno de los médicos más famosos de Madrid.

Después de haber examinado éste detenidamente a la joven, y de haberse enterado con todo esmero de los antecedentes y detalles de aquella enfermedad, dijo que nada podía hacer, pues el único remedio posible era proporcionar a Teotista el tan suspirado sello, y que él, ni era timbrólogo ni rebuscador de sellos.

No sabiendo ya el pobre general á qué santo encomendarse para calmar la fiebre filatélica que de su hija se había apoderado, trataba nada menos que de armar un buque que marchase en busca del ignorado país en que se había emitido aquel sello; cuando una tarde entró en el gabinete en quo se hallaba Teotista lánguidamente reclinada en una butaca y el general paseando, no sin alguna impaciencia; entró, decimos, en el gabinete, Lorenzo Valdivia, sobrino del general, capitán de artillería y joven muy simpático por su carácter franco y decidido.

— ¡Eureka! ¡Hemos vencido! — exclamó con aire de triunfo, fijando en Teotista una mirada impregnada de profundo y verdadero afecto.

— ¿Qué •sucede? — preguntó el general sonriendo.—¿Hemos tomado á Gibraltar? ¿Te han hecho comandante?

—Nada de eso, querido tío, lo que rae trae es más importante, pero mucho más que todo eso.

—Pues ¿qué es ello?—preguntó a su vez lánguidamente Teotista.

— Toma y lo verás, prima.

Y el joven oficial alargaba a la joven un precioso sobre de tarjeta, en cuya patte se veían, en elegante monograma, las iniciales de Lorenzo.

Teotista abrió con mano temblorosa el pequeño sobre, y un débil grito se escapó de su pecho al hallar dentro de aquél el sello que tanto deseaba poseer. Sus ojos brillaron con indecible alegría, dirigió una mirada de profundo reconocimiento a su primo, y no pudiendo darle las gracias de palabra, le alargó la mano, que él, estrechó entre las suyas con efusión.

El general tuvo largo rato entre sus brazos al joven, que salió medio ahogado de aquel expansivo abrazo de su tío.

Cuando se calmaron los primeros trasportes, tuvo Lorenzo que explicar el modo como había llegado á su poder el precioso sello.

— Ya sabes, Teotista, — dijo, — que he pasado dos años en San Petersburgo, estudiando la organización del ejército ruso y los adelantos de su artillería; pues bien, allí me hice sumamente amigo del conde Sergio Olovitnine, gran coleccionista de sellos, y que en vez de adquirir los que le faltan encargándolos a alguno de los que negocian en ese ramo y hacen buenas fortunas en él, prefiere ir á buscar él mismo los timbres que necesita á los mismos países en que se usan ó han sido usados. Pues bien, el conde Sergio, hallándose en la India con objeto de comprar los sellos de aquella extensa colonia inglesa, adquirió por casualidad el timbre que te traigo con otro igual que tiene en su álbum, sin que haya podido averiguará a qué país pertenecen ni en qué fecha fueron emitidos. Cuando supe tu empeño por tener ese timbre, me acordé de Oiovitnine, y sabiendo que se encontraba en París, no he vacilado en ir a verle, y allí he tenido la suerte de que tuviera por duplicado el sello en cuestión y de que no tuviera dificultad en darme uno de los dos.

Lorenzo Valdivia no era filatelista ni mucho menos; pero, sin duda, tenía algún motivo para haber estudiado esta nueva ciencia ó arte, pues se puso a hablar con Teotista sobre sellos y asombró a ésta con sus conocimientos en la materia.

Todos los días, de día y de noche, volvió a hacer compañía a la enferma, que muy pronto recobró las fuerzas y pudo salir de casa. En los teatros y en los paseos el bizarro capitán de artillería fue desde entonces el asiduo acompañante del general y su hija, tanto que sus compañeros solían llamarle el capitán Timbre-Poste.

Sin duda éste no sólo sabía hacerse escuchar de Teotista hablando de filatelia, pues no tardó en circular por los salones la noticia, que bien pronto consignaron en sus crónicas Asmodeo y el marqués de Valle-Alegre, de la próxima unión de los dos primos, tan pronto como la dispensa viniese de Roma.

Dos meses después, en una mañana de primavera, Teotista y Lorenzo recibían la bendición nupcial, y después de un almuerzo de familia, salieron los recién casados en el tren express a pasar en el extranjero la luna de miel.

— Tengo que confesarte una cosa, — dijo el bizarro capitán a Teotista.— Me remuerde la conciencia y necesito que me perdones.

Al oír estas palabras la joven se puso pálida.

— No te asustes, — dijo Lorenzo: es sólo una superchería, a que mi cariño hacia ti me ha hecho recurrir para conquistar tu amor.

— Habla, que me tienes sobre ascuas.

— Pues bien, aquel sello que tanto deseabas y que mi amigo el conde Sergio Oiovitnine me proporcionó

— Acaba.

— Era falso; tan falso, que ni existo el sello verdadero, ni el país en que fue emitido, ni tengo tal amigo Sergio Oiovitnine.

— Lo sospechaba, — contestó Teotista sonriendo.

Han pasado cuatro años desde entonces. Teotista ha abandonado por completo la filatelia: en cambio el general parece haberse dedicado a ella si hemos de juzgar por la complacencia con que suele enseñar el álbum consabido a un chiquitín como de tres años, que tiene con Lorenzo un parecido extraordinario.