Buceando..., Fruslerías — 9 de febrero de 2013

1870, una falsificación única

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Buceando en la Historia de la Filatelia 005.

Publicado en Revista de Filatelia (nº  352 julio-agosto 1999)

1870. UNA FALSIFICACION UNICA EN LA HISTORIA DE LA FILATELIA ESPAÑOLA

De todos es sabido que España tiene el dudoso honor de figurar a la cabeza de las naciones que a lo largo del siglo XIX falsificaron sus sellos de Correos con ánimo de defraudar a la Administración postal. Era el día 2 de abril de 1850 cuando ya se habían detenido dos cartas en Alicante que habían sido depositadas en el buzón con sellos impresos fraudulentamente. No habían transcurrido más que tres meses y un día desde su aparición. Se localizaría al falsificador y a sus cómplices y todos ellos serían condenados a penas importantes, sin embargo ello no sería ningún obstáculo insalvable para que se abriera una larga lista de nuevas falsificaciones los años 1852, 1853, 1854, 1855 etc.

La Administración intentaba impedir las falsificaciones; pero el defraudador se adelantaba. Si se renovaban las emisiones cada año (algo insólito en aquella época entre los países que utilizaban los sellos como medio de franqueo) el falsificador se apresuraba para, en pocos meses, poner en circulación, ya falsificados, los nuevos modelos. Si se cambiaban los papeles y se utilizaban unos que tuvieran marcas de agua o filigranas, el defraudador se espabilaba en falsificarlas también. España alcanzaría el récord mundial en número de falsificaciones distintas a lo largo del siglo XIX.

Se falsificarían sellos imitando los originales e imprimiéndolo por diferentes medios, haciendo copias de las planchas originales con la connivencia de empleados de la Fábrica Nacional del Sello, etc.; pero en 1870 surgió una falsificación espectacular y única porque no se volvería a repetir a lo largo de todo el siglo pasado: el dibujo del sello a mano sobre la propia carta, en este caso concreto en el sobre. Era ésta una emisión que se falsificó no menos de 18 veces (11 de las falsificaciones corresponden al valor de 50 milésimas porque era el más utilizado por tratarse del valor base de la tarifa nacional ordinaria), pero la falsificación que comentamos se aparta de todas las demás(1).

Frente de la carta detenida por el servicio de Correos por llevar un sello falso

Frente de la carta detenida por el servicio de Correos por llevar un sello falso

El documento que hoy comentamos está fechado en Tolosa el nueve de mayo de 1870. La Dirección General de Correos envió al Jefe de Comunicaciones de Tolosa un sobre con sello falso, que fue depositado en el correo de Madrid con dirección al arquitecto D. Vicente Unanue de aquella villa. Se había puesto en marcha el mecanismo legal contra las falsificaciones de sellos de conformidad con el Real decreto de 16 de marzo de 1854, para el descubrimiento y castigo de las personas que se ocupen en limpiar o expender los sellos de franqueo usados ya, y los que los emplean en su correspondencia. Nótese que, al utilizar como referencia de actuación este decreto, se nos está indicando el paralelismo o similitud que para la autoridad tienen los delitos de falsificación de sellos y reutilización de sellos ya usados anteriormente.

De acuerdo con ese Real decreto se reúnen en ese acto el Alcalde Constitucional de Tolosa, D. Severiano Escoriaza, el Administrador de Correos Don Jacinto Miguel Nabas, el arquitecto D. Vicente Unanue como destinatario de la carta y, por ausencia del notario, su secretario que levanta acta. Los individuos que para un acto así se ven obligados a concurrir personalmente, nos viene a señalar la importancia que el delito de falsificación de sellos de correos tenía en aquella época; no obstante, aún se le daba mayor importancia a la inviolabilidad y secreto de la correspondencia, que sólo podía abrirse en presencia del remitente o, como en este caso, del destinatario. Aún más, una vez abierto el sobrescrito, no era posible la lectura del texto sin autorización del  destinatario y si éste no la concedía, lo único a lo que estaba obligado era a facilitar la firma del remitente y los datos que sobre el mismo allí se indicaran. Y esto es lo que sucedió. El Sr. Unanue sólo entregaría la firma de carta recortándo el fragmento del papel que la contenía y uniéndolo al sobre que tenía la falsificación. Todo ello fue adjuntado al expediente instruido.

En el caso al que nos estamos refiriendo el remitente firmó únicamente con el nombre propio: “Juan”, por lo que nada más sabemos de él y suponemos que tampoco nada más supo la administración, por lo que el delito quedó impune.

El destinatario de la carta, el Sr. Unanue, es de suponer que sabía o por lo menos suponía quién se la mandaba, porque una vez abierta “cuidadosamente” y entregado el sobre “sin tocar en lo más mínimo el sello” preguntó si se le pedía alguna cosa más. Es el momento en el que el secretario le lee el decreto  citado, que en el artículo 8º reza así: “Si la persona a la que fuere dirigida la carta la entregare voluntariamente, se unirá esta a dicho testimonio, y cuando se negare a hacerlo, le exigirá la Autoridad que corte de ella la firma y el sello, los cuales solamente se unirán en tal caso al referido documento”. Y decimos que el destinatario ya suponía quién era el remitente porque tras la lectura del decreto, según el acta levantada, “dijo sin leer el texto que entregaría la firma, y cortada en presencia de todos, le entregó al citado Sr. Gefe, quien la recogió juntamente con el sobre”,

En 1870 el uso de sobres era un lujo. Normalmente las cartas se escribían en una hoja de papel que doblada sobre sí misma y sellada con una oblea se enviaba por el correo sin necesidad de sobres, es lo que denominamos sobrescritos. Aquí no sólo se utiliza sobre, sino que tanto éste como el papel de la carta son de luto. Doble razón para pensar que la misiva no la mandaba un cualquiera, sino persona de alta posición. Si ello es así, ¿por qué se iba a falsificar el sello? Una falsificación hecha con un cuidado meticuloso a la aguada (tinta soluble en agua), que requirió una mano experta en el dibujo, que, a su vez, dedicara una horas en realizarlo, no es lógico que fuera por el objetivo económico de 50 milésimas de escudo. Más nos inclinamos a pensar que se trataba de  una apuesta o una broma. Muy fácilmente de un colega o amigo arquitecto (a ello nos induce el hecho de que se trate de una mano experta en el dibujo a la aguada).

Sea cual fuere la razón que impulsara al remitente a efectuar el dibujo en el sobre en lugar de pegar en él un sello auténtico de correo, la verdad es que puso en funcionamiento todos los mecanismo administrativos contra la falsificación de sellos, aunque finalmente no se lograra el objetivo último que era detener a su autor.

El sello dibujado directamente sobre la carta

El sello dibujado directamente sobre la carta

A lo largo de la historia, esto sería un denominador bastante común. El defraudador salió con frecuencia indemne, una veces porque, aunque se detectó la falsificación, no se llegó a identificar a su autor, y en otras ocasiones porque la falsificación pasó totalmente inadvertida a los empleados de Correos.

Transcurrido más de un siglo, las cosas siguen siendo algo parecidas en cuanto a la impunidad del falsificador se refiere. No tanto por las razones del pasado, sino por la falta de interés de las entidades que debieran perseguir el delito: Administración de Correos y Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. A este efecto recordemos las últimas dos importantes (por el número de ejemplares impresos) falsificaciones: sello de Juan Carlos de 17 pesetas y el sello de Miró de 100 pesetas, tan importante la de este último, que ha obligado a las autoridades a anular su validez postal, medida que jamás en la historia de la filatelia española se había adoptado a raíz de una falsificación.


(1)  Ver Guía-Catálogo de Falsos Postales de España-Cuba-Filipinas por Francisco Graus. Barcelona 1986.