BUCEANDO EN LA HISTORIA (73)
Publicado en Revista de Filatelia (febrero 2010)
Dijo Donoso Cortés que «lo importante no es escuchar lo que se dice sino averiguar lo que se piensa». Estableciendo un cierto paralelismo con ese pensamiento, podemos afirmar que lo más importante a la hora de interpretar un catálogo no es la lectura de sus datos sino la intencionalidad con que han sido publicados.
El número LIV de esta serie de artículos, dedicado a los catálogos de sellos españoles, afirmaba:
«Creo que podemos resumir en cuatro los objetivos de los editores de catálogos y no todos persiguen los cuatro en la misma medida:
1.- Llevar a cabo una actividad lucrativa con su edición y venta.
2.- Reflejar los precios reales de venta de los sellos al detalle.
3.- Fijar los precios de venta del propio editor comerciante.
4.- Actuar sobre el mercado fijando niveles de precios aún con independencia de la evolución real del mercado.»
Y lo concluía afirmando:
«En mi opinión, que también comparten muchos coleccionistas, el objetivo prioritario debería ser el segundo: reflejar la realidad del mercado».
Evidentemente no se debe interpretar igual un catálogo que fija los precios en función de los criterios comerciales de su editor, que el de una empresa cuyo objetivo prioritario es evaluar la realidad del mercado reseñando los precios de los sellos en relación a los que se registran en las transacciones del mercado.
Cuando lo que pretende el editor es establecer la lista de precios a los que ceñir sus compras y ventas, habitualmente caerá en la tentación de elevar los de aquellos que abundan en su stock y bajar los de los sellos que necesita adquirir. Los ejemplos que nos ofrece la historia de la filatelia son abundantes.
La filatelia española ha contado con diversos catálogos a lo largo de casi ciento cincuenta años. Desde aquel primero elemental mundial editado en Barcelona en 1864 por José María Vergés de Cardona, los dos más importantes, sin ningún género de dudas, han sido el catálogo Gálvez hasta su última edición de 1960 y el catálogo Edifil a partir de la edición de 1965 que vio luz en 1964. Sin ellos no se puede entender la historia de nuestra filatelia.
Edifil versus Gálvez
La extraordinaria edición del catálogo Gálvez de 1960 vio la luz después de haber fallecido Manuel Gálvez. A partir de esa fecha su catálogo se dejo de publicar.
Había nacido como una lista de precios de venta de su Casa filatélica. Con los años se impondría a todos los catálogos con los que llegó a convivir, evolucionando y desarrollándose hasta esa última edición. Su relevancia en el mercado español, ha sido de tal magnitud que esa edición de 1960 continuó siendo la referencia imprescindible tanto para cualquier comerciante como para los coleccionistas avanzados y los estudiosos del sello español durante casi 40 años. Sólo las últimas versiones especializadas de Edifil han superado al «Gálvez del 60» relegándolo a la biblioteca para la consulta de algún tema específico.
Por su parte el Edifil fue la acción comercial de un reducido grupo de comerciantes que intentó, con bastante éxito, aglutinar a casi todos los comerciantes españoles al objeto de imponer una política comercial de precios más allá de lo que venían haciendo los catálogos de Critikian y Hevia en Madrid y Ricardo de Lama en Barcelona. Cada uno de estos seguía sus propios criterios de catalogación (los tres a partir de la numeración del catálogo francés Yvert & Tellier) y con unas valoraciones que procuraban aunar los precios reales del mercado con sus intereses comerciales particulares.
Edifil aspiraba a más. Si Gálvez condujo su catálogo a un lugar preeminente fue por ofrecer un contenido más completo que los demás, Edifil nació con el objetivo de ser el catálogo de uso universal para el sello de España. No es el momento de narrar con detalle su génesis y evolución, pero sí podemos afirmar que esa finalidad se logró. Edifil nunca perdió de vista sus objetivos comerciales en la doble faceta de acción sobre el mercado en la determinación de los precios de los sellos y la obtención de beneficios en la edición y comercialización de catálogos y álbumes que rentabilizaran la inversión de sus accionistas.
Sin embargo, a ese interés mercantil, no sólo lícito sino también lógico por tratarse de una empresa constituida y dirigida por comerciantes de filatelia, se sumaría con fuerza el interés por perfeccionar el catálogo. Por un lado liberándolo de lastres y errores acumulados a lo largo de muchos años y, por otro, completándolo con referencias y datos que hasta ese momento no se habían incluido.
Es más fácil criticar que dar trigo. O, en este caso, que corregir errores aportando soluciones.
Entre los críticos a Edifil posiblemente nadie ha sido más enérgico y contundente que el querido y admirado Álvaro Martínez Pinna. Y junto a sus aceradas críticas fue él quien hizo la más valiosa aportación para su reforma y mejora. Por eso él es un ejemplo al demostrarnos que la crítica sólo es constructiva cuando se orienta a la solución de los problemas y a la corrección de los errores aportando nuevos conocimientos. Por supuesto no fueron aceptados todos sus criterios, pero si no hubiera prestado su colaboración al no aprobarle la totalidad del proyecto, hoy tendríamos un catálogo con más lagunas, con más errores y consiguientemente merecedor de mayores críticas.
Edifil ¿héroe o villano?
Ante el reconocimiento generalizado del catálogo Edifil especializado, como demuestra el hecho de servir de referencia mundial a comerciantes, expertos y subastadores, cabría la tentación de considerar su éxito como único índice de valoración y calificarlo de obra casi perfecta.
Por el contrario, quienes abominan de él lo consideran el padre de la mayoría de los males de la filatelia española, cayendo así el extremo contrario.
¿Ángel o demonio? ¿Obra excelsa o deleznable? ¿Héroe en el que encuentran su apoyo y sostén los coleccionistas españoles o villano que ampara las más ruines vergüenzas del coleccionismo y el comercio nacional? Como no puede ser de otra manera, ni lo uno ni lo otro. Frente a actitudes y posturas maniqueas, la justa valoración se encuentra en un terreno intermedio.
Admitiendo la gran mejora que han experimentado las últimas ediciones de este catálogo especializado, quisiera formular ahora una crítica con ánimo constructivo.
Un error difícilmente comprensible
En las emisiones Franco de 1946 (Ed.999/01), “Fiesta de la Hispanidad 1946” (Ed. 1002/04) y Falla y Zuloaga (Ed. 1015/16) figuran unos apartados con la denominación de “Fantasías” en los que incluyen con su correspondiente número seguido de las letras “FN” sellos falsos. Se trata de falsificaciones que merecieron tal calificativo por la Audiencia Nacional, ratificando la sentencia del tribunal que condenó a penas de cárcel a sus autores como falsificadores, como aparecía en un artículo con el encabezamiento «AUDIENCIA PÚBLICA/ Falsificadores de sellos» y la firma de «Tachin» en el periódico ABC de Madrid del 18 de marzo de 1965 del que extracto estas notas:
«Para conseguir una imitación capaz de engañar a los expertos en filatelia obtenían la impresión de los sellos falsos con el mismo papel, las mismas planchas y la misma técnica que se emplean para la impresión de los legítimos y conseguir así una buena impresión, también, en los coleccionistas»
Nos cuenta el articulista que el contacto que tenían dentro de la FNMT los falsificadores «realizaba ocultamente las impresiones y las entregaba a sus consocios al precio de cinco pesetas cada una» (…) «Más tarde se propusieron ellos mismos realizar las impresiones, a fin de introducir en el colorido, dentado, tonalidad, etc., supuestos errores que acrecentasen su valor en el mercado de este género de curiosidades. Precio de la faena, dos mil pesetas por grabación. Unas con la imagen de Zuloaga y otras con la de Falla, fueron puestas en servicio y continúan con validez postal, según la sentencia. Vendieron muchos sellos, sin que haya podido especificarse exactamente ni las fechas ni las personas adquirentes.
Fueron procesados, acusados de un delito continuado de falsificación de sellos de correo. La Audiencia Provincial condenó a los siete encartados -ensellados podríamos decir- a la pena a cada uno, de un año de presidio menor y, además, como autores de un delito de estafa, a la de tres meses de arresto mayor, accesorias y costas.
Uno de ellos, convencido de que él era el menos culpable del jaleo filatélico, recurrió ante el Tribunal Supremo alegando errores en la apreciación de la prueba, contradicción en las fechas y expresiones y otras minucias, recurso al que no ha dado lugar el Supremo por apoyarse en datos no enlazados directamente con las cuestiones que habían de resolverse en el fallo. Según reiterada doctrina jurisprudencial, los vicios de expresión que pudieran afectar a los hechos que no constituyen el verdadero fundamento del fallo son ineficaces para determinar la casación.
Y confirmó la sentencia que condenó a los falsificadores de sellos sugestivos, como aquél famoso de Cristóbal Colón en que el almirante oteaba el horizonte con un catalejo antes de haberse inventado este óptico chisme».
El tema jurídico, pues, acabó zanjándose en 1965. La falsificación la había denunciado mucho antes Néstor Jacob, en el suplemento «BLANCO Y NEGRO» de «ABC» del 5 de julio de 1958. Recordemos que Néstor Jacob era reconocido como experto filatélico y uno de los fundadores de la Comisión de Expertos de Madrid (EXFIMA antecedente del actual CEM).
Es del todo incoherente que Edifil edite la gran obra «Manual de las Emisiones de Sellos Españoles» de Álvaro Martínez Pinna, en la que se describen estos ejemplares como falsificaciones, y posteriormente los catalogue como “fantasías”, no reconociéndolas como fraudes pese a las sentencias de las más altas magistraturas judiciales.
Hasta la edición 2009 del tomo II del catálogo especializado estos apartados habían pasado inadvertidos al tratarse de meras notas informativas, sin reproducción de los sellos que carecíande valoración y numeración propia.
Llamar “fantasía” a un sello falso no es un eufemismo, es un despropósito y un engaño. Esto me recuerda la descripción de dos sellos falsos Seguí de la emisión de 1870 que se ofertaban en E-bay hace unos días; los describía el vendedor como “impresiones privadas póstumas sin dentar”. Sin comentarios.
Es discutible, y hasta cierto punto razonable, que el catálogo no deba eliminar algunas cosas que se han consolidado al cabo de muchos años para el daño que se causaría con ello a los coleccionista. Pero estas mal llamadas “fantasías” no sólo podían, sino que se deberían suprimir; y vez de ello, se les ha dado carta de naturaleza al reproducir su imagen, otorgarles un número propio y asignarles un valor.
¿Acaso también han reservado número y precio para las falsificaciones de otros sellos que realizaron los mismos autores al objeto de incluirlas en ediciones posteriores?
No, por favor.
Retírese lo que nunca se debió haber incluido.