Como un duro sevillano (II)

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La huella del falsificador 025

Publicado en El Eco Filatélico y Numismático (2011)

 

Veíamos el mes pasado el origen de la expresión: “más falso que un duro sevillano”; una forma de calificar algo como “evidentemente falso” . Pero no es esa su única acepción. La frase se aplica igualmente a aquello que es “sin ningún género de dudas falso”, con independencia de que tal falsedad pueda resultar más o menos evidente. Veamos hoy un ejemplo en el campo de la filatelia.

Dice el refrán que “aunque la mona se vista de seda mona se queda”. El vestido exterior, las apariencias, no cambian la condición, pero pueden esconderla. Para ocultar la condición de mona podemos vestirla de seda, pero quizá, en determinadas circunstancias, podamos camuflarla mejor vistiéndola con harapos o ropa vieja. Ese ha sido el camino seguido ocasionalmente por algunos falsificadores. Sperati es un caso típico cuando reproducía piezas con matasellos emborronados y sucios en lugar de utilizar cancelaciones bien estampadas o piezas con algún margen corto en lugar de “producir” piezas de lujo. Los defectos en un sello inducen al coleccionista (e igualmente al comerciante y al experto) a bajar la guardia. En ocasiones el falsificador sigue esta estrategia porque, en principio, parece absurdo falsificar algo defectuoso.

Algunos portales de compra y venta de objetos de colección en Internet se han convertido en un basurero de piezas defectuosas, falsas, trucadas o fraudulentamente descritas, junto a otras detalladas correctamente, en las cuales se pormenorizan los defectos que pudieran tener. Conviven entremezcladas las bien valoradas junto a las ofrecidas a precios abusivos. Lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor en un “totum revolutum”.

Si nunca se peca por exceso de prudencia, con mayor razón debe aplicarse este principio a nuestras transacciones a través de Internet. El comprador en esos medios debe ser extraordinariamente cauto cuando opera con quien no conoce, máxime si consideramos que a la red tiene acceso cualquier individuo sea profesional o no, sin filtro alguno que nos garantice un comportamiento mínimamente ético. Hace poco, en la sección de filatelia de un famoso portal de Internet se ofrecía en subasta la pieza reproducida en la figura 1.

Figura 1 web

Fig. 1 Una supuesta pieza extraordinaria.

Vemos que se trata de un gran bloque del valor de 6 cuartos de la emisión de 1853. Su estado no puede ser más lamentable. Está completamente ajado, envejecido, manchado, manoseada, arrugado y con roturas.   Los sellos del margen derecho están tan rotos y fragmentados que es difícil decir de cuántos ejemplares se compone el bloque ¿Contamos como ejemplares del bloque los sellos de los que sólo se conserva un trocito? ¿Lo limitamos únicamente a los que tienen más de la mitad del tamaño original? ¿Contabilizamos exclusivamente los que están enteros?

Sobre la pieza hay estampadas una docena de matasellos araña negra bastante borrosas y por toda su superficie parece haberse extendido a brochazos alguna materia líquida que lo ha dejado manchado.

Muestra una gran fragilidad por el avanzado estado de deterioro con cortes, roturas y agujeros.

Pese a que la fotografía mejora algo su presencia es necesario alterar los colores, el brillo y el contraste de la imagen para llegar a visualizarla como se muestra en la figura nº 2, por supuesto muchísimo mejor que como la captábamos en un principio, y así proceder a su mejor examen.

Fig. 2  La misma pieza modificando los colores de la foto para hacerla “más visible”

Fig. 2 La misma pieza modificando los colores de la foto para hacerla “más visible”

En la figura 3 un ejemplar original del 6 cuartos de 1853 nos servirá de referencia para comprobar si el bloque en cuestión es auténtico.

Fig. 3.- El sello original.

Fig. 3.- El sello original.

Llega el momento de utilizar el sistema tradicional de peritación y comparar los detalles característicos del sello auténtico con el diseño de un ejemplar del bloque que reproducimos en la figura 4.

Fig. 4.- Un ejemplar del bloque antes  y después de tratar sus colores para estudiarlo mejor.

Fig. 4.- Un ejemplar del bloque antes y después de tratar sus colores para estudiarlo mejor.

Comprobamos que se trata de una falsificación. Se trata de una de las más abundantes, la de Miguel Seguí, ampliamente conocida.

Por no citar las mismas características que siempre se suelen mencionar en estos casos, bastará, como prueba, que nos fijemos en la diferente configuración de los pequeños puntos que representan la sombra del cuello y las rayitas blancas de su base según se observa en la figura 5.

Fig. 5.- Detalle del auténtico a la izquierda y del falso a la derecha

Fig. 5.- Detalle del auténtico a la izquierda y del falso a la derecha

Llama la atención la existencia de un interpanel entre las cinco filas superiores y las cinco inferiores. Los interpaneles son habituales en algunas emisiones, e incluso rarezas en casos concretos. En esta emisión sería más que una rareza. La tirada de todos los sellos de 1853 se efectuó en pliegos de 170 ejemplares formadas por un único bloque. Es imposible encontrar piezas auténticas con interpanel, nunca existieron.

Así, pues, la mera existencia del interpanel es prueba irrefutable de falsedad. Tan evidente y tan inequívocamente falso como un duro sevillano.

Un filatelista seducido por la posibilidad de encontrar una ganga en Internet podría caer en la trampa de comprar barata una rareza nunca vista en este sello. La tentación del precio y el deficiente estado de conservación que casi impide verlo con claridad podrían hacerle picar. Es verdad sólo se puede caer en semejante trampa por la ignorancia de un neófito, por no prestar una mínima atención o por estar en ese momento completamente ofuscado. Es igual, el falsificador, experto cazador de ingenuos, sabe que siempre hay uno que puede picar y le espera con enorme paciencia. De ahí la importancia de escoger siempre profesionales de acreditada reputación. En este caso uno proveedor prácticamente desconocido se amparaba en la oscuridad de una calidad horrenda buscando un ingenuo que cayera en sus manos.